Arquitecturas I: Los cimientos


El urbanismo es una necesidad. Organizar el espacio es similar a urbanizar la sociedad. Foto de una de las ciudades "fantasma" construidas a las afueras de Guadalajara, en el centro de España, muy cerca de la línea de tren de alta velocidad.
El urbanismo es una necesidad. Organizar el espacio es similar a urbanizar la sociedad. Foto de una de las ciudades «fantasma» construidas a las afueras de Guadalajara, en el centro de España, muy cerca de la línea de tren de alta velocidad.

“La arquitectura no sólo cubre todos los campos de la actividad humana, tiene incluso que desarrollarse en todos esos campos al mismo tiempo.” Alvar Aalto.

La razón y la pasión deberían guiar nuestras acciones, nuestras decisiones, y también la manera de vivir y la de habitar las casas, los objetos. Aprender la importancia de la ergonomía, la estructura de los edificios y la organización de los espacios no es un devaneo delicuescente de arquitectos amateurs. La moda alza al refinamiento absoluto la limpidez de un loft luminoso con muebles de abedul, acompañados de música dodecafónica y átona. Pero tras ese esteticismo tramposo, la arquitectura en una ciencia imprescindible ya que organiza los espacios, los lugares donde se traban las luchas económicas y políticas, donde se segmenta o relaciona la sociedad, dónde se educa a las nuevas generaciones y donde viven, se alienan o se libertan las actuales. Nada es aleatorio, y aunque esto no signifique que todo esta planificado por un Complot universal, la disposición de los ámbitos de trabajo, diversión y vivienda influyen enormemente en el tipo de sociedad, y en el tipo de relaciones sociales entre los individuos y las clases. Es pues, una ciencia total, una ciencia social, como la historia, la economía, la antropología.

Paradójicamente la percepción más común de la arquitectura, el urbanismo y la ergonomía, es la más anodina e insulsa. La falta de matices, la falta de enjundia en las definiciones, de precisión y de complejidad en los debates, hace que la arquitectura se reduzca al snobismo ridículo de ciertos arquitectos y “diseñadores” autodivinizados. Al mismo tiempo, los medios y las masas, pasamos del desdén y la ignorancia, a la adoración fanática, irracional e igualmente ignorante. Así, gracias al lenguaje rebuscado y demasiado pulido de los críticos, las gentes del común despreciamos la explicación arquitectural. La pedagogía falla y el lenguaje críptico sólo es comprendido por los expertos.

El mismo fenómeno se observa en la física, la medicina, la astronomía, la economía y la historia. Tal vez sea algo voluntario, querido en este mundo de información saturada que hace de los ciudadanos, individuos desnudos y débiles. Sólo de esta manera se explicarían que los mayores horrores arquitectónicos, los edificios más inútiles, ineficaces y costosos, sean aprobados con el beneplácito de constructores sin escrúpulos travestidos en políticos y el aplauso de la comparsa ciudadana. Las mismas personas que desprecian la arquitectura y los arquitectos en bloque, aprueban con extrema prestancia los proyectos con epígrafe “efecto Guggenheim”, que les vende el primer mercachifle. Siempre y cuando sean más grandes, más ostentosos, más fútiles que los de la ciudad más próxima.

Exactamente el mismo proceso por el que se aprueban las malas leyes, que malos políticos presentan, justificándolas gracias a falsas historias y erróneas teorías económicas. El desastre socioeconómico creado por Margaret Thatcher en Gran Bretaña, merece a la muerte de ésta, alabanzas insensatas, hoy, que Gran Bretaña es un país económicamente hueco, sostenido por una city antieconómica. Familias de la clase media hundida por las mentiras bancarias y la avaricia han pasado de expertos trileros a lectores del Wall Street Journal, crisis mediante. Tanto antes como ahora sus aseveraciones son lugares comunes llenos de argumentos reversibles, machacados por los medios de comunicación. Alguien afirmaba, éste desde una cátedra universitaria, que la opinión pública existía bel et bien y que ella era la que tenía que marcar las directrices de la política junto a la dichosa mano invisible que regula los mercados. Es esa “opinión pública” de los medios mayoritarios y la mano invisible neoliberal la que aboga por xenofobias locales, nacionales o internacionales, como explicación única; la que apuesta por la privatización de los servicios sociales y la socialización de los fracasos privados. Se propone un mundo elitista y clasista, donde la riqueza no tenga trabas para dominar la sociedad, un mundo desregulado económicamente, pero socialmente moralizado por la religión, o el dictak de lo políticamente correcto.

Cada vez es más complicado creer que la educación pueda iluminar las falacias que se instalan. Cada vez es necesario rebajarse más, restregarse por el lodo para explicar conceptos que ya se pensaban interiorizados por los nietos del Holocausto de las dos Guerras Mundiales, del Estalinismo y los fundamentalismos religiosos. Lo obvio comienza a ser obtuso. Y peligroso.

El ecobarrio de Grand Large-Neptune, en la ciudad francesa de Dunkerkque es uno de los últimos ejemplos de urbanismo más logico y humano.
El ecobarrio de Grand Large-Neptune, en la ciudad francesa de Dunkerkque es uno de los últimos ejemplos de urbanismo más logico y humano.

En una sociedad, como en un edificio o en el planteamiento urbano de una ciudad, lo más importante son los cimientos, la planificación, la estructura. Sin ella el crecimiento es desordenado, caótico y nihilista. Vivimos en un mundo limitado, con limitado tiempo de vida y limitados recursos, por lo que ordenarlos y utilizarlos con inteligencia debería ser algo evidente. El tipo de urbanismo, la gestión de la producción y el consumo del agua o la energía, los transportes, las zonas de trabajo, habitación, ocio y cultivo, el tipo de construcción están cada vez menos regulados socialmente y más controlados por oligopolios con intereses únicamente privados. La regulación no es sinónimo de burocratización como afirman los fanáticos del neoliberalismo, la regulación es racionalización, aprovechamiento en un sentido mucho más amplio que el del lucro. Variables como la felicidad, el descanso, la huella ecológica, la reutilización, el reciclaje arquitectónico, son esenciales para la supervivencia y estabilidad de una sociedad.

Sin regulación el crecimiento urbanístico, la planificación de los espacios naturales, las costas, la organización espacial y económica del territorio no existen. España, uno de los más terribles ejemplos de desorganización urbanística ha conjugado ese caos con un crecimiento económico fundamentado justamente en ese sector desregulado. El resultado es un aumento gigantesco de los espacios urbanos y urbanizados, un crecimiento cancerigeno, que ha teñido la península de tentaculares gangrenas. No ha existido una planificación nacional sobre la gestión del agua, la legislación energética, los planes urbanísticos, ni la gestión del territorio. Las dispersión institucional, la corrupción y la dejadez ciudadana han hipotecado al país, y han despilfarrado recursos limitados, más en España, como el suelo fértil, el agua, los bosques y espacios naturales, las costas, etc… Hoy vivimos la metástasis.

Pero la fiesta no ha terminado, porque la fiesta es lo que queda, de ahí la negativa a reconocer los errores e intentar enmendarlos. Sin asumir el desastre este no se corregirá. Desde 2008 se escuchan excusas que disculpan, que hacen olvidar. Sin educación histórica, la historia, la peor historia se repite. Sin conocimientos sobre física y astronomía seguiríamos creyendo que un dios fabricó el Universo, y que la tierra es el centro del mismo. Sin educación urbanista, arquitectónica, ergonómica, los espacios donde pasamos casi toda nuestra existencia, nuestra casa, nuestra ciudad y nuestro lugar de trabajo, sólo son lugares de paso, como esta perra vida que nos obcecamos en recortar y hacer tambalear, esperando vanamente una segunda oportunidad en algún más allá.

Sin cimientos culturales seguiremos diseñando, fabricando y construyendo edificios sin ventanas, con columnas de papel y muros porosos; plazas de garaje, para muchos vehículos y costosas líneas de metro y carriles de bici que no usaremos; fábricas a 50 kilómetros de nuestra residencia; centrales nucleares para cubrir 30 minutos de picos anuales de consumo energético; centros de reciclaje que queman al unísono papel, plástico y materia orgánica. Continuaremos despilfarrando tierras de cultivo y de habitación e imaginando objetos inútiles que duren una sola vez o que se estropeen convenientemente; parques postmodernos para niños atontados; sillas que nos partan la espalda y casas cubículo para claustrófilos.

Sin cimientos, no pensamos qué necesitamos, qué deseamos diseñar, fabricar y usar. Alguien pensará por nosotros. Nos quedará a lo sumo, y con suerte, pasar por caja y adular la moda que corresponda como mandan los cánones.

Sofa "Cisne" diseñado por Arne Jacobsen en 1958.
Sofa «Cisne» diseñado por Arne Jacobsen en 1958, ejemplo del «buen diseño» de los 50 y 60, detestado por la postmodernidad y tan moderno y ergonómico como hace 50 años.

Discuerdo. En esto y en casi todo. Por ello, pienso organizar, a mi manera, este cajón de desastre, organizarlo, al menos de forma virtual. Sin peligro, pues no crearé ni tendencia ni moda, lo que me permitirá ser independiente y sincero, y sobre todo, hablar de lo que me gusta y aprecio. La ventaja de la arquitectura y el “diseño” es que todo está ya inventado. Las formas son limitadas y ya han sido experimentadas. Los nuevos materiales y las modernas técnicas permiten una utilización más rápida, más eficaz, a veces de los modelos inventados casi desde la antigüedad. Las modas y los olvidos hacen que la rueda de la publicad gire; que el rascacielos (la pirámide o la torre de los antiguos) se deteste o se ponga en el candelero; que el estilo moderno que ya casi tiene un siglo sea lo más contemporáneo o que recuperemos formas y modelos que los agrarios del XV ya utilizaban.

Caminaremos, mejor dicho, construiremos a partir de estos cimientos, que dejamos a la vista para que nadie se confunda. Construiremos pues, arquitecturas personales, -como todo en estas Geopolíticas Agitadas-, en donde aparecerán ideas, formas, gentes que nos interesen, que alíen como buen acero inoxidable la rigidez necesaria del orden y la razón, con la indispensable bocanada de imaginación, de locura, de ese arte por el arte, diferencia última e intima entre los que se llaman humanos y el resto de los animales. Una vez más, sin intención moralizadora, aunque repletos de opinión y de sesgos, los textos aspiran a desfogar nuestras propios misterios, a aprender escribiendo, y a mostrar para comparar, criticar y venido el caso imaginar, cambiar. Una idea, una opinión, una ventana, un edificio, un sueño.


Una respuesta a “Arquitecturas I: Los cimientos”

  1. Efectivamente, la arquitectura y el urbanismo nos definen como país y la verdad es que no salimos muy bien parados: pomposos edificios huecos y bloques de pisos energéticamente deficientes; y la costa, caótica y masificada como las playas en un soleado domingo de agosto. El eslogan «La crisis del ladrillo» tiene más enjundia de la que suelen poseer los titulares de prensa.
    Felicidades

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