Chapa 81 – Al oido


Las arenas bituminosas de Alberta, en Canadá, un recurso económico que destruye el planeta.

Les voleurs, ça met leurs appâts sur la ligne
La bouteille, la fierté et l’argent
Ça voit pas qu’ils sont piégés pour toujours
Dedans un fil étranglant

Los ladrones, ponen los anzuelos en la red,
la botella, el orgullo y el dinero.
No ven que son prisioneros para siempre
y que el lazo les aprieta cada vez más.

Canción « La Terre Tremblante » (La Tierra que Tiembla)« , de Dirk Powell.
Banda sonora de la película « In the electric mist » (en la Bruma eléctrica) de Bertrand Tavernier.

Los proyectos de prospección y de explotación del gas de pizarra en España son una realidad. En Burgos, Cantabria, Vizcaya y Álava existen proyectos avalados por autoridades políticas de distintos colores. Las consecuencias ambientales, humanas y económicas que conlleva el proceso de fracturación de la roca para extraer el gas y otros compuestos energéticos son incontrolables. La contaminación de los acuíferos, sus consecuencias para la salud pública, son gravísimas y su coste económico no ha sido evaluado. El humano y ecológico vinculado ni siquiera se tiene en cuenta a pesar de estudios que muestran los efectos nefastos de esta técnica minera en los Estados Unidos y Canadá. En plena crisis, políticos y ciudadanos estamos obsesionados con la ganancia mínima a corto plazo, con la supervivencia inmediata por la que justificamos la falta de reflexión y a la que hipotecamos el futuro. Todo nos parece aceptable y todo lo aceptamos bajo la escusa de la determinación de la crisis. En el fondo es cómoda esa alienación, nos permite sobrellevar las cargas como si nada pudiese cambiar. Como si no fuéramos responsables.

La desmantelación del “Estado de bienestar”, que había costado 200 años de esfuerzo, desde la creación de la España contemporánea en Cádiz en 1812, -efeméride que recordamos sin comprender-,  se ha hecho en silencio, sin un rumor, en un solo año. Nadie ha lamentado que la rentabilidad se introdujese en la sanidad, ni que los enfermos se hayan convertido en culpables por enfermar. Nadie se ha indignado en 80 años porque la educación fuese cuarteada y controlada para su propio beneficio por pequeños sátrapas regionales, ministros nacionales incultos, empresarios sin escrúpulos y curas dependientes de Estados extranjeros. La mayoría de nuestros conciudadanos han cambiado de opinión sobre los temas capitales sin ningún remilgo. Ahora, justifican los planes de ajuste y los recortes sociales, con los mismos arrebatos de demagogia con los que criticaban al anterior gobierno por no defenderlos suficientemente. A nadie le incomoda que los bancos eludan sus responsabilidades y que todos los ciudadanos paguen los desmanes por igual. Todos nos creemos mucho más, soñamos con un marquesado y eso nos impide unirnos. Así con desdén miramos a los pocos que se indignan. Es cierto que se nota la falta de práctica en la indignación, que no hay una idea común de ciudadanía sobre la que apoyarse y que lo que prima es la dispersión, pero ese no es su principal problema. Este es que son muy pocos.

Por es difícil ser optimista con respecto al problema de la explotación del gas de esquisto. Vivimos un momento complicado, donde todo lo ganado en el campo de la solidaridad, la igualdad ante la ley y el sueño de lograr una sociedad más justa, libre y respetuosa, se apaga, se reduce. Nos acercamos al límite que descompone todo en un salvaje sálvese quien pueda. El caos, el salvajismo nunca benefician a los frágiles, a los justos. De las tinieblas de la guerra sólo sobreviven los más fuertes, los más animales o los más fanáticos. Antes de que esto llegue sería recomendable batirse con las armas de la ley, de la democracia y de la inteligencia.

A veces, en la derrota, en la retirada, es necesario encontrar un montículo conde organizar la defensa, donde mirarse a la cara y decidir que la retirada no puede durar siempre. Decidir cuando los intereses de lo que quiera significar la palabra Humanidad, merecen hincar la rodilla en tierra y decir basta. La retirada nos relega a las catacumbas de la historia, al fondo obscuro de la esclavitud, literal o práctica. Es muy difícil comprender, que el esfuerzo de unos pocos en un recodo del mundo pueda servir a toda esa Humanidad deshumanizada. Es, además, una apuesta arriesgada, por lo que lo más probable es que ese basta sea aplastado por las apisonadoras del lucro, por el nacionalismo estúpido, por la barbarie de la religión, por la incomprensión y el olvido. En ese dilema la Humanidad de cada uno resurge y debe silbarnos al oído lo que tenemos que hacer.

Josh Fox y su documental Gasland muestra el avance de los ciudadanos de los denostados Estados Unidos en la protesta y la contestación de la injusticia. En la Francia a la que, también,  tanto despreciamos, quizá por envidia, quizá por ignorancia, quizá soberbia, la explotación del gas de esquisto ha sido detenida por ciudadanos y políticos. En sus mesetas despobladas del interior, en sus cañones bellos, tallados por el tiempo y cavados por las aguas, donde se cubre al queso con los hongos de Pasteur, ahí en mitad del olvido pastores y campesinos, urbanitas, turistas y extranjeros han dicho no y están dispuestos a batirse, con la razón de su parte. Si sirve de ejemplo, su victoria, por corta que sea habrá servido para algo.

La defensa de la naturaleza es la defensa de la Humanidad, de su supervivencia como especie y como sociedad. La contaminación del agua supone tales costes económicos, tal crisis, que los dueños del capital deberían ser los primeros en procurar defender sus posiciones. Al contrario, parecería que estamos inmersos en una carrera por la extinción. La extinción de la razón primero, de la sociedad libre después, y de la especie al final. Puede que defenderse de la explotación del gas de esquisto sea el montículo donde hay que empezar a cavar las trincheras. Puede que esa colina se llame basta y puede que sea un buen lugar para batirse. Qué cada uno escuche lo que su propia Humanidad le está diciendo al oído.

En España también hay planicies despobladas, hay urbes y pueblos, hay roquedos y coladas volcánicas, cuevas sobre cañones calizos donde se acuna al queso y se le cubre de hongos parecidos a los de Pasteur. ¿Habrá, sin embargo, ciudadanos?

Mayo 2012.

Abajo el documental de Josh Fox, Gasland.

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