“El mal no es nunca radical, sólo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie.”
Hannah Arendt.
Los momentos más decisivos suelen ser momentos grises, momentos neutros, donde no impera ni la rabia, ni el pánico, ni ninguna certeza. Son momentos de lasitud donde por fin, basculan hacía un lado o hacia el otro nuestros prejuicios, nuestros valores, nuestra legitimidad. En esos momentos es cuando se hace efectivo el precio que ponemos a nuestra integridad, es el instante en que decidimos comprar nuestra deuda o cuando nos vendemos por fin.
Más tarde llegarán las consecuencias, las víctimas, los campos, el monolítico nosotros y el fatídico ellos. En ese momento la maquina de la destrucción estará tan embalada que para detenerla habrá que aplastar miles, millones de vidas, de esperanzas, de sueños y de verdades. Mucho más tarde vendrán los siglos para rehabilitar a los tiranos y olvidar, de una vez por todas, el polvo de los muertos.
Se traban batallas incruentas estos días, se definen límites o se rompen, se abonan las mentes. Y todo, aunque parezca que no pasa nada. Todo suena a déjà-vu, a repetido, por lo que no se presta atención a las noticias. Así, durante las pasadas Olimpiadas de Invierno sólo se soñó con alguna medalla inesperada. No se reparó en la falta de inversión en deporte de base, en instalaciones, ni en cultura deportiva, verdaderos fines sociales del deporte y origen de atletas de alto nivel. Cuando la bandera olímpica ondeaba sobre Sochi, pocos recordaban que bajo ella reposaban miles de millones despilfarrados, robados al erario público ruso, arrancados a los ciudadanos. Muy pocos recordaron, entre los saltos de esquí y los goles de hockey, que la corrupción y la falta de derechos democráticos en Rusia es flagrante, que su política exterior mafiosa y su arrogancia ridícula. Y todo bastante antes de la actual crisis en Ucrania. Ondearon las medallas y quienes han especulado, arruinado vidas, paisajes y recursos a cambio de millones se dedicarán a otra cosa. El tiempo lo borra todo y cuando un seísmo o una catástrofe derribe los absurdos edificios y las inútiles carreteras, las televisiones incluirán en sus programas un logotipo para pedir limosna para los damnificados del Cáucaso.
De Francia, todo el mundo conoce nombres de amoríos, detalles privados y chismes varios. Los mismos que pensaban que Hollande era un país. Menos han reparado que Monsieur Hollande ha dado un giro brusco en su política porque no ha podido cumplir el eslogan que le impusieron sus asesores. El paro sigue aumentando, por ello ha tendido los brazos a la patronal y ya promete reducción de impuestos a las empresas a cambio de empleo. Nada más y nada menos que dos millones de puestos. A pesar de que todos los economistas serios afirman que la reducción de impuestos, NO garantiza en absoluto mayor inversión en tiempos de crisis y con un jugoso mercado financiero internacional abierto. No importa, hay que decir algo, crear un eslogan, aunque sea estúpido. Por ello se rinde pleitesía al poder no elegido y se reducen impuestos, se recorta el gasto público y lo que es peor se abre la caja de Pandora del regionalismo. Pocos recordarán que días después un famoso gurú del empleo, el alemán Peter Hatz, fue recibido en el Eliseo. Consejero del gobierno, -en muy poco socialdemócrata-, de Gerhard Schröder, redujo el paro con una formula mágica. Primero dividió las prestaciones del paro a la mitad de la duración, después obligó a que los desempleados aceptasen casi cualquier empleo, y finalmente favoreció la creación de empleos cuyo salario es insuficiente para vivir (del orden de 1,5€ la hora). Olvidaba decir que estos minitrabajos están exentos de cotizaciones sociales y no dan derecho a paro.
Con estas medidas el paro cayó a partir de 2003, pero la pobreza alcanza en 2013 al 15% de población en Alemania. La productividad aumentó, pero no gracias a los miles de empleos precarios en la hostelería y los grandes almacenes y supermercados, que al tiempo han fragilizado aún más los pequeños comercios. La sociedad es más pobre, el tejido social y económico más hueco y los grandes grupos más poderosos y concentrados. Ese es el modelo que se propone para Francia y, para España. Cuando eso le ocurra a Usted, a su hijo o a su vecino, y me retengo para no insultarle, haga el favor de no echarle la culpa a los marroquíes, ni a los ecuatorianos, ni tampoco a los alemanes, porque como ve en Alemania también hay clases. Sí, me dirijo a Usted que sabe con pelos y señales donde se encariñaban el Sr. Presidente de la República y su amante actriz.
La izquierda, una vez más le hace el trabajo sucio a la derecha. De poco valen las valientes medidas por la igualdad de los sexos, o por los derechos de los homosexuales. Serán abolidas cuando, cuando la gente, entregue el poder a quienes les ofrezcan cabezas de turco. La economía es la clave, y llegados al poder hay que intentar cambiar la receta cuando es EVIDENTE que las directrices de quienes provocan la crisis no funcionan. Para hacer el ridículo, es mejor hacer una oposición digna, coherente, realista y sincera. Poco de socialismo hay en los gobiernos socialistas, lo que me recuerda una frase lapidaría de un antiguo deportado al Gulag estalinista decía algo así, “cuando entré en el campo me di cuenta de que aquello, el campo, no podía haber sido imaginado por ningún comunista”.
Los momentos clave van pasando tan desapercibidos, que sólo el intenso y eterno ruido puede explicarlo. ¡Como si este retumbar de caos no asustase a nadie! ¿Es posible que nadie se de cuenta de que todo esto es caldo de cultivo de populistas y demagogos? En Rusia la figura de Stalin no sólo es rehabilitada sino usada interesadamente por el poder para perpetuarse. En Ucrania, la pobreza y la falta de libertad se usa para mover fronteras y reforzar identidades contrapuestas. En Suecia, Finlandia o Noruega, donde aún gozan de un Estado de bienestar utópico para otros muchos europeos surgen partidos ultranacionalistas y pronazis. ¡En Francia el Frente Nacional puede presentarse como partido virginal, al que se ataca por decir la verdad, combatir la corrupción política y hablar con la voz del pueblo! Muchos ilusos le darán su voto porque son nuevos, porque no gobiernan y están estigmatizados. Cuando aparezcan los uniformes pardos se acordarán de la trilogía republicana. En Italia los caciques son primeros ministros, los cardenales rezan por los mafiosos. En los Balcanes aguzan cuchillos y rezan. En España se prohíbe el aborto y el nacionalismo se extiende, jugando a ser avestruz o a ser una tortuga, refugiándose en caparazones siempre más pequeños y exclusivos. A unos lo que les importa es la lengua, que aparezca bien en sus documentos aunque esos papeles no digan nada. Lo importante es que sólo la entiendan los de aquí, por eso se regocijan de que la jacobina Francia haya hincado la rodilla y que ahora los carteles sean bilingües en Alsacia, en el Rosellón o en Biarritz. ¡Que bien!, no importan que me roben derechos o me expriman en el trabajo, pero siempre en mi lengua. Otros, o los mismos, recuperan a sus héroes y los ensalzan aunque matasen. Ambiguo, ¿verdad? En absoluto, Francisco Franco y ETA, los mismos asesinos en el mismo saco.
Y así el sueño de una Europa sin fronteras, donde la identidad sólo la diese el pasaporte, el respeto de las leyes y los beneficios de un Estado común, se desvanece. Viejos fantasmas campan ya sin miedo y las ratas ojean envalentonadas sus ojillos neutros desde las bocas de las alcantarillas.
Todo esto puede parecer exagerado. Ojala. Sin embargo, las medidas económicas y políticas que observamos en Europa, la deriva ignorante y electoralista de nuestros líderes de izquierda y derecha, llevan directamente a un callejón sin salida. Allí, en el fondo oscuro de ese estercolero morirá la clase media y el bienestar de Europa. Quedarán entonces dos opciones. La primera un mundo postmoderno, cercano al ciberpunk que cita un amigo mío, donde una clase oligárquica controlará la sociedad apoyada por una pequeña clase privilegiada que lucha con uñas y dientes por no caer en la miseria. Tras ellos la masa, un lumpen sumiso que cohabitará con la mugre, las drogas destructivas y la pobreza intelectual y material. En América Latina, en África y Asía saben lo que es esto, desgraciadamente, por ello creo erróneo el concepto postmoderno. Tal vez, el concepto ciberpunk sea más representativo, ya que todo esto ocurría en un mundo trufado de tecnología, invenciones y maquinas.
La segunda opción es también conocida. Se buscará a una persona de orden y se le otorgará el poder absoluto. Un tirano democrático que dejará de serlo una vez se le entregue el mando. Él buscará las causas de la crisis y, sin duda, encontrará a muchos culpables. Los europeos hemos demostrados secularmente preferir los métodos terribles que niegan la inteligencia, por ello no seremos sumisos, preferiremos, llegado el caso, arrasarlo todo, sumisos eso sí a los diktats de los padres de la patria o del imperio.
La banalidad del mal, tan bien estudiada por Hannah Arendt, consiste en que gentes normales que no odian, que no son malvadas ni enfermas mentales permiten que lleguen al poder, por su inacción, por la ignorancia, por nuestra desidia y comodidad los peores tiranos. Después, ya es tarde.
Febrero 2014.
PD Lecturas recomendadas: “Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal” y “Los orígenes del totalitarismo”, ambos de Hannah Arendt.
Foto de portada de Woto. Péndulo de Foucault en el Panteón de los personajes ilustres de Francia en París.