Chapa 99 Las paradojas del arte


Un pájaro sobrevuela a gran altura un mar silencioso. No se oye ni el rumor de las olas que faltan, ni siquiera el tenebroso relampaguear de la tormenta que asola el continente. No hay más que un zumbido seco que crece paulatinamente. El gran ave se acerca a los rompientes mudos y pasa por encima de los primeros bloques de granito, de las montañas de basalto que son muros, y las cavidades pulidas de caliza que son cárceles. En su progresar, el rumor se hace música, y de esa música se van recortando fragmentos ordenados. Son una hilera de notas, que son en realidad hombres, mujeres, niños, viejos. Espectros de un mundo, de un continente que sólo reacciona consumiéndose. Un continente que alza los cuchillos siempre que puede, contra sus propios congéneres primero, contra el resto de la humanidad después. La noche recubre el mundo y la música camina junto a esos despojados. Ordenada, la fila de notas va aumentando en intensidad. Alza el sonido con la progresión geométrica de una lucha ya perdida. Alza las voces de millones de inocentes, de millones de culpables, unidos en la negrura y el horror absoluto.

La sinfonía no desentona cuando entra en liza una voz perfecta. Una voz que es la única luz de una Europa caída y emponzoñada. Una luz que ilumina las velas y los corazones raídos de los prisioneros. El ave ha penetrado profundamente en las tierras de la razón violada. Tras esas fábricas de destrucción se encuentra los campos donde se arrojan a quienes se revueltan, a los que estorban, a los que se escoge como una excusa. Por encima de los campos, sobrevuela ese ave que se horroriza ante la malignidad humana. Y la música grita con voz callada, grita sin ira elevándose tenuemente. Y sigue, con su paso firme, repitiéndose, haciéndonos desgarrarnos por dentro, por su belleza indescriptible, por su tensión, por el dolor que representa saber que esta sinfonía honra a la Humanidad que murió callada frente a la barbarie.

La empatía fluye con las lágrimas oscuras, esas que no brotan, con la ira que deberemos guardar para el día en donde la desatemos junto a la justicia. Somos negros y somos judíos, y somos comunistas o católicos, gitanos; hombre y mujer al tiempo; polacos, alemanes, republicanos contra Franco, monárquicos con los reyes de Gran Bretaña o Dinamarca; blancos como la nieve, negros como el carbón, mestizos y bastardos como es debido. Somos todo y somos todos, amamos a todos sin distinción de sexo o religión, porque no nos importa ni el sexo ni la religión. Lloramos todos las lagrimas de la ira y de la justicia, las que sellan esa promesa eterna del ¡nunca jamás!

La música es tan triste y es tan bella que meto las marchas muy lentamente para robarle al trayecto dos minutos más de éxtasis. La noche, mi noche, es también negra y tenebrosa. Lo es mi Europa que empieza a asesinarse una vez más. Pero eso no me impide disfrutar de la irremediable belleza de la 3 Sinfonía de Henryk Górecki.

Portada de la Sinfonia de las tritezas del compositor polaco H. Góreky.
Portada de la Sinfonia de las tritezas del compositor polaco H. Góreky.

Aquí podría terminar todo. Un breve retrato sin sentido, sobre una sensación única, de un pequeño momento de libertad proporcionado por otro humano con el que nos parecería compartirlo todo. Y sin embargo, aquí es donde todo empieza.

La elección de Górecki no es una excusa para desplegar una erudición vana, es una casualidad. De varias conversaciones surgió la idea de contemplar una vez más la paradoja de las contradicciones entre una obra de arte y su autor. Górecki se interpuso con la belleza de su arte sacro. La pregunta es sencilla. ¿Pueden la personalidad, las ideas y sobre todo las acciones de una persona mancillar la perfección de una obra? Imitando a los mejores filósofos, despliego mis cartas por adelantado y afirmo que sí. Soy incapaz de mirar con los mismos ojos las obras de quienes han pervertido la verdad, de quienes han colaborado con la ignominia, apoyado la tiranía, trabajado con el horror. No puedo sentir lo mismo cuando sé que los autores subliman la religión, condenan a los homosexuales o veneran el nacionalismo.

Mi primera paradoja surge. Esto, no quiere decir que no relea sus obras, que no escuche sus músicas, quiere decir que sus acciones influencian cuando las conozco, la opinión que daré sobre esas mismas obras. De hecho, pueden cambiar mi valoración o los sentimientos que esas obras me provocan.

El Arte debe ser sinónimo de libertad, es el lugar donde el ser humano puede y debe experimentarlo todo. En el Arte, no hay limites ni leyes porque trabamos duelo con la fantasía, porque jugamos con los elementos de lo real en un mundo donde todo es posible y donde no hay ley humana que nos impida pensar, imaginar, odiar, dar la vida o quitarla. La coherencia política o sensorial, la racionalidad o la ética no pueden exigirse a una novela o una canción, ya que son los campos de la imaginación, donde todo puede existir, donde inventamos aquello que no podemos ser, que no queremos ser. Un personaje literario puede apoyar a un dictador; un jugador de videojuegos puede ser un mafioso despiadado; y el héroe de una serie de televisión puede convertirse en un traficante o un asesino sin escrúpulos. La libertad del arte conduce muchas veces al absurdo o a lo desagradable, al error y la obscenidad. Es el precio por experimentar creando paradojas, incoherencias donde se prueban y se ensayan nuestras debilidades, nuestras verdades y nuestros miedos.

El arte no posee en sí objetivos, pero tampoco puede estar desprovisto de ellos. Esta nueva contradicción se basa en que cualquiera de nuestras acciones posee un sentido aún cuando fuese nihilista. Al mismo tiempo, el Arte es un refugio para la experimentación de sensaciones exteriores a nuestro rol como individuos sociales, permitiéndonos escapar a nuestra obligaciones ciudadanas. Sin negar la posibilidad de un Arte por el Arte, sé que las acciones que realizamos contienen un sustrato histórico y social, una influencia económica que afecta a nuestra maneras de actuar. Así, la reacción abstracta y antirealista de las vanguardias de principios del siglo XX se comprende mejor en el contexto histórico y económico de esa época. Su carácter revolucionario, su potencial liberador, -poco importa si nos gusta o no su manifestación plástica-, les quedó muy clara a los bárbaros regímenes nazis y fascistas o a la dictadura estalinista. De la misma manera, la reutilización mercantil del mismo arte en el mundo occidental de los 60 y 70 se comprende mejor, estudiando la historia y la economía que las formas estéticas del Pop-Art o del expresionismo abstracto de Pollock.

Cuadro de Otto DIx representando la Primera Guerra Mundial. Las obras de Dix fueron perseguidas por el régimen nazi.
Cuadro de Otto Dix representando la Primera Guerra Mundial. Las obras de Dix fueron perseguidas por el régimen nazi. Su visión era demasiado realista y demasiado libre para una dictadura imperialista y terrorífica.

El Arte, a la vez existe independiente y vinculado a su contexto histórico, no es vano ni inocente. De hecho toda la reflexión anterior sólo refleja una concepción del arte relativamente reciente e independiente, surgida en el siglo surgida en el Renacimiento y afianzada sólo en el siglo XIX. Hasta la Revolución Francesa e Industrial, el arte no fue más que la manifestación primera del poder político y religioso, propaganda. Por eso no podemos menospreciar su potencialidad y la dificultad que tiene para muchos diferenciar entre lo que es arte (relativo, estético, contradictorio) y lo que es un programa político definido, preciso. Así el arte voluntariamente o no, influye en las opiniones de las personas, precisamente porque no se presenta como un programa político, sino más bien como un relato o una sensación. El Arte y los posicionamientos públicos de los autores pueden influir en las acciones de los ciudadanos, el arte también es un arma -en el sentido gramsciano que no es más que una derivación maquiaveliana-, y como tal, puede ser salvadora o asesina. El Arte debe ser libre, pero no está por encima de la ley, en tanto en cuanto ésta sea justa.

La definición de una ley justa nos llevaría una vida de discusión, para no llegar, quizá, a un compromiso. Avanzo de todas maneras una definición amplia: la ley justa y lícita es aquella que permite a un grupo humano convivir sin perjuicio colectivo ni individual, garantizando al mismo tiempo la existencia de un consenso y la posibilidad de discrepancia entre sus miembros. Ni la dictadura, ni la teocracia permiten la discrepancia, por ello sus leyes son injustas y, entonces, ilícitas. Una democracia, es lícita, si permite visiones contradictorias y discrepantes, a la vez que el cuerpo social está consensuado sobre ese mismo punto.

En el Arte, todo está permitido siempre y cuando el contenido artístico no propugne de manera lineal y dogmática actitudes racistas, xenófobas, sexistas, etc… Un libro puede mostrar la vida de una persona racista o de un asesino, con sus contradicciones y recovecos, pero nunca propugnar políticamente el racismo como ideología lícita, porque entonces ya no se trataría de una obra artística que habla del racismo sino de un panfleto racista. La diferencia es muy grande. Porque en ese caso, ya no estamos tratando de arte sino de propaganda. Y la propaganda del terrorismo, el racismo, la xenofobia, la teocracia, o el sexismo deben ser ilegales por atentar contra el modelo de sociedad donde la discrepancia pacífica existe y donde los derechos y el poder de cada individuo son el mismo, sin importar orígenes, el sexo, o las visiones del mundo. La crítica, el sarcasmo, el relativismo son lícitos, la propaganda xenófoba no, tampoco en el arte.

Una paradoja espacial y sensorial, una muestra visual del poder del arte.
Una paradoja espacial y sensorial, una muestra visual del poder del arte.

Clint Eastwood puede, ejerciendo de Harry el Sucio aplicar la ley del talión en una película, y podemos regocijarnos. Al contrario, nadie puede defender esa práctica en la justicia real, y ante quien lo hiciera deberíamos sentir repugnancia. El artista, el creador no puede cometer los delitos, lícitos en el mundo del arte, fuera de él. Cuando una obra juega con la provocación y sobrepasa la frontera entre el Arte y la política, cambia de registro y puede, entonces sí, vulnerar la ley.

La línea que separa la ironía de la injuria puede ser sutil, pero para ello existen los tribunales. Por ello, la censura previa no puede existir, pero sí las medidas legales que la ley ofrece. En cambio, la línea que separa la libertad de opinión de la defensa de ideologías contrarias a la libertad, debe ser sin embargo muy clara, por ello no cabe, ni en el Arte (atacar explícitamente a la libertad no es Arte) ni en el resto de manifestaciones de la sociedad, espacio para, y lo repito de nuevo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el sexismo, las supremacías nacionales o los negacionismos.

Me he alejado de la primera contradicción, y ello es una muestra de las implicaciones que tiene la personalidad y la vida social de un autor en la percepción de su obra artística por soberbia que ésta sea. ¿Como no lastrar un libro, un cuadro, una música de la vida de sus autores? Cuando la belleza o la inteligencia de una obra nos desbordan, me parece evidente exigir un equivalente ético en sus autores. No se trata de buscar un héroe, mas de encontrar un ser humano, con sus contradicciones y también sus errores, pero al final y al cabo una persona que merezca ese nombre. No perfecto, pero si humano.

A los historiadores, a los filósofos, los pensadores y científicos geniales en sus respectivas áreas, a los políticos y a los artistas no se les exige una probidad exenta del genero humano, se es exige que no mancillen las obras de ciencia y belleza que han construido para nuestro bien. Pero lo hacen. De nuevo la paradoja.

Henryk Górecki, cuya obra la 3 Sinfonía o Sinfonía de los Lamentos, me extasía cada vez que la escucho, fue un católico practicante de extrema religiosidad. Una persona que apoyó sin fisuras a uno de los Papas más retrógrados e influyentes del siglo XX, Juan Pablo II. Cercano a los conceptos mas reaccionarios y más virulentos de una Iglesia católica muy combativa contra algunos, -y muy comprensiva con los demás-, la obra de Górecki reivindica valores arcaicos marianos que apela de forma horriblemente bella en su sinfonía. Así mientras se reza a la Virgen de los católicos invocándola con mágico poder, en otro fragmento la la soprano repite frases escritas en los muros de un centro de detención de la Gestapo durante la IIGM.

Louis-Ferdinand Celine, escritor controvertido.
Louis-Ferdinand Celine, escritor controvertido.

Rechazo todo de la ideología religiosa de este magnifico compositor y supongo que casi todo nos separaba en lo que se refiere a la política y la visión del mundo. Y sin embargo, compartimos el horror sincero, por mi parte desprovisto de túnicas religiosas, el horror primigenio que debe surgir frente a la injusticia. Pero sabiendo quien fue, ya mi visión de sus obras no será la misma, porque sé. Me seguiré emocionando pero, mentiría si dijese que me emocionaré de la misma manera. Es inevitable.

Podríamos hablar de Dalí, gran pintor y pésimo personaje. Chabacano e interesado, corrupto y corruptible se aprovechó de su dominio de la pintura y de los mercados del arte, para abandonar a amigos, convivir con dictadores y lucrarse pintando sólo su firma. Frank Sinatra, bufón de mafiosos, la voz de América, es otra de esas contradicciones. Otro Frank, Capra, cineasta de genio y delator sin piedad. Por no hablar de músicos, cantautores y bandas de rock, figuras del jazz y de la música popular que han acompañado a generaciones enteras con estribillos de amor y libertad. Muchos han sido y son avaros, crueles e interesados, violentos y ladrones, han abandonado a los que no querían o no podían seguir su ritmo, se han odiado sonriendo en las portadas de los discos y han continuado creando belleza terrible sólo por dinero.

Hay casos mucho más complejos. Más difíciles porque los delitos son mucho mayores o porque la calidad del sujeto es mucho más alta. Celine es uno de los más conocidos. Su pluma es adorada por todo el que la lee. El “Viaje al final de la noche” parece ser una novela iniciática que le ha permitido purgar sin disculpa sus atroces panfletos antisemitas. Es uno de los casos más conocidos pero al desconocerlo, no me sirve personalmente. O mejor, si que me sirve para evitar su contacto después de conocer sus desvaríos imperdonables, más aún por haberse escrito cuando se escribieron. Hay tantos genios que no habiéndolo conocido me abstendré de hacerlo.

Hannah Arendt y Martin Heidegger, dos filósofos incomparables, dos personalidaes muy diferentes.
Hannah Arendt y Martin Heidegger, dos filósofos incomparables, dos personalidaes muy diferentes.

Ese caso es muy fácil para mí, cosa que no puedo hacer con Martin Heidegger. Uno de los filósofos más influyentes del siglo XX que se disocia en dos bloques. El filosófico, profundo y sutil, profundamente humano y potente, libertador y grandioso a pesar de un sumo pesimismo. Y otro, el político y humano, terrible, por colaborador directo, bien que sólo en el ámbito universitario y panfletario, con el régimen la Alemania nazi. El interés filosófico es tal que la cobardía de la colaboración no resta un ápice a su obra, pero si señala al hombre. Nada le excusa ni le perdona, ni siquiera que Hannah Arendt, otra de las mentes preclaras del siglo pasado, le mantuviera entre sus amistades, sabiendo de sus actos después de la guerra. Arendt alemana, judía, apátrida y libre, profundísima examinadora de la mente humana, comprendió con una simplicidad abrumadora algunas de las fuentes del mal. Las desvistió de infernales ornamentos para que la contemplásemos simple y terrible, tal y como es, tal y como somos. Antigua alumna y ex-amante del profesor Heidegger, mantuvo una correspondencia epistolar hasta la muerte de éste. Muerte en un retiro tranquilo y sin propósito de enmienda. Podría ser su única muestra de coraje, la negación a la facilidad de una excusa tardía por un crimen inexcusable, no lo sé.

Es posible también que yo requiera de unos lo que no exijo a otros. Hannah Arendt mostró como la dictadura crece y sobrevive porque muchos la apoyan por miedo, pero muchos otros lo hacen por rutina, y éstos son los más eficaces en las maquinarias de la muerte y la opresión. Así, únicamente valoro y exijo una ética a los personajes conocidos, públicos, cuando me olvido de los millones que cambiaron de chaqueta siempre que fue necesario, y que lo hicieron sin dejar de dormir una sola noche de su vida.

Tal vez, la explicación es el sentimiento de traición. He sido traicionado por aquellos en los que más confiaba. Saber que los componentes de Pink Floyd llevan años odiándose hace que escuche con menor pasión esos discos sublimes; saber que tal o tal escritor ha incumplido a la ligera los mínimos preceptos de la humanidad, conocer que la mirada de perdedor de un actor es sólo una pose que le hace rico con cada película. Tener la certeza que las ideas políticas o sociales de un escritor están tan alejadas de aquellas de sus novelas como de las mías me provoca mucha tristeza.

Sin duda, la forma de conocimiento más pura y más neutra que existe es la ignorancia. De nuevo otra paradoja, que la ignorancia se una al conocimiento con la apariencia de justicia. Valorar una obra en su justa medida, sin a prioris históricos, económicos o personales, ver un cuadro, una película o un libro sin prejuicios o posturas previas debidas a su autor. Sin duda, esa debería ser la posición de un jurado en un premio literario, y la de un juez en un tribunal. Sin embargo, la neutralidad no existe para los seres humanos, ni, por suerte, la pureza. Por ello, siempre será peor la ignorancia que el conocimiento, siempre será más nefasta la ingenuidad del que no sabe, al pesimismo del que sabe que la Historia de la humanidad es un camino de destrucción e ignominia y tal vez de esperanza. Me contradigo, sé que yerro, pero me contento con los que mantuvieron su humanidad y que en determinadas ocasiones dieron un paso al frente, para oponerse a la tiranía, al sentido común, a sus propias contradicciones, aún con peligro de su vida. O al menos, que sabiendo de su cobardía no lo hicieron y sufrieron por ello. Ésos combinan la belleza indescriptible con algo que si no es valor, al menos no es traición ni odio.

Pero no es nada más que una opinión personal y sin valor para los demás. Puede, al final, que el regocijo del Arte nos llene de lágrimas los ojos contemplando esa maldita contradicción que es la conciencia de nuestra contradictoria perversidad. Al final este texto no puede terminar que de manera contradictoria. Cada cual debe escoger su camino y valorar como desee cada obra de arte siempre se trate de Arte y no de propaganda malintencionada.

El pájaro sobrevuela Europa, que no es más que una parte del mundo. Da vueltas concéntricas y parece haber perdido el rumbo. Lo que ha visto no le ha gustado y sin embargo hipnotizado sigue escuchando el canto. No entiende las palabras pero el tono le reconforta. Sabe que no son ni una solución, pero ya son universales y por lo tanto libres de ser interpretadas, para bien o para mal.

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