“La causa de la decadencia del país es la ausencia de democracia. Si hubiese un verdadero régimen democrático, Egipto sería una gran potencia. La maldición de Egipto es la dictadura. La dictadura trae inevitablemente la pobreza, la corrupción y el fracaso en todos los ámbitos.” El edificio Yacobian.
La historia del Edificio Yacoubian es una microhistoria de Egipto, un retrato de un edificio de la populosa y sofocante capital del Nilo. Un edificio que, como el resto del país, está resquebrajado por las diferencias sociales, religiosas y políticas. Un edifico donde conviven la riqueza y la pobreza, el ateismo y el fundamentalismo, el sexo en todas sus formas y la abstinencia, la alegría y el desamparo, la integridad y la corrupción, pero sobre todo. un edificio lleno de sueños, de esperanzas, a pesar de todo, quizá por todo. Desgraciadamente la mayoría de esas esperanzas no se realizarán nunca.
Alaa El Aswany es dentista y escritor, ambas cosas a la vez, ambas las ejerce y, ambas con un objetivo común, aliviar el dolor. Su literatura es una literatura política sin quererlo, sin poderlo evitar. Su franqueza, su cariño por los personajes enviados a la miseria, a la corrupción o el fundamentalismo sin merecerlos, sin quererlo, retrata bien la realidad de Egipto y de otros países árabes. Y sin embargo, su retrato coral de una microsociedad arquitectónica sirve de cata, de ejemplo, de muestra de lo que ocurre en tantas urbes del planeta donde la zanahoria de la riqueza, el consumo y el progreso falso, choca con una realidad extremadamente clasista, xenófoba y machista.
Todas las opresiones se unen para impedir que la meritocracia coloque a cada cual en su lugar de la escala. La inacción del Estado, unida a una corrupción secular impide que los servicios sociales, ya limitados de por sí, mejoren la vida de los ciudadanos. Resultado lógico, la violencia contra el débil, generalmente la mujer y los niños; contra el diferente por el color de la piel, el acento, la educación, la elección sexual o la nacionalidad. Peor, el desarrollo de la violencia organizada contra quienes no están protegidos por la oligarquía y, más tarde, corolario horrible pero lógico, el fundamentalismo religioso.
Ese es uno de los centros de atención del libro, una novela que sin quererlo es un libro político muy valioso. El fundamentalismo nace de la opresión, de la pobreza y la negación de todo sueño y esperanza. La red religiosa ofrece lo que el Estado niega, florece donde el Estado está ausente. Así la nebulosa fundamentalista ha substituido al Estado en funciones educativas, sanitarias y de asistencia. La red da, al mismo tiempo en que obliga a cumplir una ortodoxia férrea. Con ella llega un mayor control social; la autocensura; mayor opresión para mujeres y para todo aquel que no entre en los arquetipos reinventados bajo inspiración divina. La esperanza que lleva al fundamentalismo pronto se cierra bajo su losa de control rigorista y exigencias fanáticas. Y la losa no se abre jamás.
Pero el libro de El Aswany habla con franqueza de la humanidad. Una humanidad egipcia donde el alcohol y el sexo no son tabúes inmutables, una sociedad donde a pesar del creciente poder del fundamentalismo, el sexo, el amor, no han desaparecido, como tampoco la corrupción, el lucro desmesurado, la hipocresía, la maldad y la injusticia. Aswani figura pública, -implicada en la revolución de 2011 y en la búsqueda de la democracia y de libertad-, muestra el crisol egipcio, rompiendo con la monolítica imagen que los medios de comunicación muestran de él y del resto de países. Esa imagen monolítica que nos impide comprender a las gentes de otros lugares, de los EE.UU., de China, Irán o Nigeria. Que impide oponernos realmente al horror porque no entendemos ni lo que es ni cuales son sus causas ni sus consecuencias. Esa imagen inexacta y falsa que al final nos impide comprendernos a nosotros mismos, en España, en Europa, en América Latina. No hay país monolítico ni homogéneo, no hay identidad cerrada y preciosa, salvo, precisamente en el fundamentalismo de toda índole.
La diversidad es la norma, el edificio del Cairo es una especie de Colmena (las similitudes con la novela del escritor Camilo José Cela retratando la postguerra española son claras) donde hay una muestra de la diversidad del Cairo, de Egipto. Pensar que un edifico, una ciudad, una región, un país contienen millones de personas idénticas que piensan y sienten igual es una estupidez. Esto, en mi opinión, refuerza la necesidad de gobiernos cada vez más amplios y más complejos que teniendo en cuenta las infinitas opiniones de cada individuos gobiernen finalmente para todos. Que sobrepasen las ridículas fronteras nacionales y que ofrezcan a todos, con el apoyo de todos, las mismas oportunidades, los mismos derechos y obligaciones.
El caso de Egipto parece alejado pero finalmente no lo está tanto. Allí décadas de populismo, corrupción, injusticia, dictadura y promesas baldías han llevado a muchos al redil cómodo pero igualmente injusto y falso del fundamentalismo. Los ejemplos abundan en Oriente Medio, pero la influencia de las religiones fanáticas se nota en toda América y África y el nacionalismo, -otro fundamentalismo-, va calando en Europa que ya sabe de los terrores que este ha provocado. Pero que parece haberlos olvidado.
El libro, censurado, fue publicado finalmente en 2011 con un esperpéntico prólogo donde le autor tuvo que afirmar que no estaba de acuerdo con las opiniones vertidas por sus personajes… Después su éxito internacional lo ha llevado a ser traducido a muchas lenguas y hasta e ha realizado una versión cinematográfica.
Así, al final, en las últimas líneas, para bien o para mal, algunas de las historias de Aswani tienen un final feliz. Continua el mito de la esperanza, su certeza legendaria y su dicotomía esencial: perpetuar la opresión o cimentar las bases del cambio, del progreso, de la Libertad.