Reproducimos este artículo presentado en el Encuentro de Latinoamericanistas de Santiago de Compostela en 2010. Publicado en las actas del congreso, el artículo tal vez haya envejecido un poco. Sin embargo, las líneas filosófico geopolíticas generales siguen estando en vigor. El cambio político de América Latina ha estabilizado la democracia política y acompañado el crecimiento económico. Su puntos débiles siguen siendo las políticas públicas de socialización de los beneficios, el control de la violencia, la ampliación de las clases medias y la redistribución de la riqueza.
“El Giro latinoamericano”, panorama de una década: Una nueva geopolítica, corrientes, cambios y permanencias
Pedrueza Carranza, Iñigo. École de Hautes Études en Sciences Sociales, Francia. «El Giro latinoamericano», panorama de una década: Una nueva geopolítica, corrientes, cambios y permanencias. 2010. p. 1476-1495. [Encuentro de Latinoamericanistas Españoles (14º. 2010. Santiago de Compostela)].
Resumen
El llamado “giro a la izquierda” ha supuesto una alternancia política pacífica y una mayor estabilidad en América Latina. Un heterogéneo abanico de líderes ha llegado al poder. A pensar de las diferencias, los ejes de sus políticas son semejantes y, al mismo tiempo, diferentes de las de los años 90. El artículo quiere mostrar ese panorama analizando dichas políticas y sus resultados, razonablemente positivos a nivel político y económico, no tanto a nivel social, curiosamente. Observar los límites del actual modelo de desarrollo y mostrar las permanencias, ocultas tras los nuevos discursos, es más útil que caer en prejuicios partidarios.
Abstract
The so-called «left turn» has shown the possibility of peaceful political change and greater stability in Latin America. A diverse range of leaders has come to power. Despite the differences the axis of their policies are similar and at the same time divergent from those of the 90s. The article aims to show those policies and their results, reasonably positives in political and economic level, less successfully in social level curiously. Analyse the limits of the current development model and too the continuities, hidden behind the new discourse, it is better than falling into prejudices supporters.
Índice
1- Cambios: Los lugares, los momentos y los motivos.
2- Ejes del cambio. ¿Una nueva geopolítica, una nueva economía, una nueva sociedad?
- El eje político: Alternancia de poder, política exterior (alianzas, relaciones, integración regional); modelo de Estado.
- El eje económico. ¿Nueva política de desarrollo nacional? Materias primas y agricultura industrial intensiva. La variable ecológica.
- Eje social, reformas, lucha contra la pobreza, creación de un mercado interno y de una clase media.
3- Balance y conclusión.
- Límites políticos: populismo, comunitarismo, falta de consenso regional.
- Límites eco nómicos: agotamiento de los recursos, paradojas nefastas.
- Límites sociales: ricos y pobres, ¿el fin de la esperanza?
Para unos se trata de un evidente giro a la izquierda, se trata de la nueva izquierda, de la revolución, el bolivarismo, la independencia económica y política, la democratización, el socialismo, del primer paso hacia un futuro iberoamericano, en definitiva, de una nueva esperanza. Para otros, sin embargo, es la vuelta del peor populismo, del autoritarismo y del paternalismo, de la dictadura encubierta bajo el discurso revolucionario, del fracaso económico y la demagogia.
Es difícil observar con objetividad el proceso de cambio político que acontece en América Latina cuando en los medios de comunicación no se profundiza, limitándose el debate a una lucha partidista, pero sobre todo, demagógica y reductora. De la misma forma que en el deporte, se busca el apoyo incondicional y la negación en bloque de las ideas del otro. Este maniqueísmo impide una reflexión ponderada. Buscándola, definiremos el proceso destacando los puntos comunes que permitan entablar un debate entre aquéllos que están a favor y aquéllos que están en contra.
1- Cambios: Los lugares, los momentos, los motivos.
El fenómeno es de todos conocido, entre 1999 y 2010, nuevos dirigentes con discursos y programas políticos aparentemente nuevos han llegado al poder en casi todos los países de América Latina. Este heterogéneo grupo de líderes, partidos y organizaciones han sido amalgamados dentro de una corriente, orientación o movimiento de tipo social, socialista, izquierdista primero, de centro izquierda más tarde. En ella se incluyen políticos muy diversos que van desde los más “revolucionarios”: Hugo Chávez (elegido por primera vez en 1999), en Venezuela; Evo Morales (desde 2006), en Bolivia; y Rafael Correa (desde 2007), en Ecuador; a los más “moderados”: Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010), en Chile; Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández Kirchner (a partir de 2007), en Argentina; y Lula da Silva (2003-2010), en Brasil. Entre ellos se situaría un abanico variado de políticos compuesto por Tabaré Vázquez (2005-2010) y José Mújica (desde 2010), en Uruguay; Mauricio Funes (desde 2009), en El Salvador; Fernando Lugo (desde 2008), en Paraguay; Álvaro Colom (desde 2008), en Guatemala; o incluso Laura Chinchilla (desde 2010), en Costa Rica o el camaleónico Daniel Ortega (desde 2007), en Nicaragua.
La diversidad es evidente, sin embargo no es el objeto del artículo observar si existe una coherencia interna o siquiera quién de los antes mencionados representa la “pureza” de una corriente tan contestada como real. No valoraremos si ciertos gobiernos pertenecen más o menos a dicha corriente, ni se trata de diferenciar entre políticos “puristas”, socialistas, bolivarianos, indigenistas, revolucionarios o socialiberales. Por tanto, el objetivo del artículo no es político; de lo que se trata es de analizar los elementos comunes que permitirían hablar de un cambio de tendencia en las políticas de buena parte de América Latina, entendiendo el término en su acepción más general. La intención es observar las semejanzas de está corriente, generalmente ocultas bajo discursos de muy diferente cariz, bajo las omnipresentes presencias de algunos líderes y bajo demagógicas cortinas de humo tales como el conflicto entre imperialismo y socialismo, los conflictos fronterizos, o los conflictos entre etnias, comunidades, “indígenas” y “blancos”.
El cambio de las personas y partidos es indiscutible, también el de los discursos políticos. Sin embargo, antes de comentar las prácticas políticas, que es lo más importante, intentaremos explicar cómo y por qué se han producido los cambios en los discursos y en los líderes. Pueden citarse tres causas principales.
La primera sería el fracaso tangible de las políticas neoliberales preconizadas desde las instituciones económicas internacionales. Estas políticas, impulsadas ya desde los años 70 con la llegada al poder de las dictaduras, como en Chile con Pinochet[1], apostaron por una economía abierta sin ningún tipo de control nacional, por la inclusión de toda la economía en el juego financiero internacional, lo que no supuso, como se decía, una inclusión adecuada en la mundialización. Resumiendo y generalizando, las medidas supusieron el fin del control de los precios, la eliminación o reducción de los aranceles, la liberalización de los mercados financieros y de los movimientos de capitales, la reducción de los impuestos directos y sobre los capitales; la privatización de buena parte de las empresas estatales (sobre todo, sector bancario, telefónico, agua y electricidad, transportes y materias primas); y la reducción de los recursos necesarios para el sostenimiento del sistema educativo, de la asistencia social y médica.
De hecho, la adopción o profundización de estas medidas en los años 90 –años en los que Estados Unidos olvidó al resto de América, y en los que aún las barreras protectoras de los mercados norteamericano y europeo no se habían abierto-, supuso que la pretendida globalización sólo fuera financiera, fragilizando aún más las maltrechas economías. Los productos latinoamericanos, de bajo valor agregado, no encontraban comprador y se hacían difícilmente competitivos en los mercados mundiales –a causa de las políticas de dolarización, como en Argentina-. El sector agrario, puntal de las exportaciones, entraba en crisis, los precios de las materias primas variaban, pero siempre a la baja lo que hacía difícil un equilibrio en las balanzas de pagos de países que dependían mucho del curso del petróleo, del cobre, el estaño o el plátano. La industria, pujante en zonas de Brasil, Argentina o Chile, se veía igualmente abocada al desastre por la imposibilidad de ser competitiva y enfrentarse a los Dragones asiáticos. La deuda, -alegremente solicitada en los años 60 cuando los tipos de interés de los bancos europeos y norteamericanos eran bajos-, se convertía en un lastre en los 80 y 90 con tipos que aumentaban fuertemente, coincidiendo con la bajada de los precios mundiales de los productos agropecuarios.
En el plano social, la reducción o eliminación de los esbozos de sistemas de bienestar, la destrucción del sistema educativo y universitario y la fragilización de las ya de por sí débiles clases medias, provocaron una pauperización social, lo que agravó aún más si cabe el enfriamiento de las economías, creando un círculo vicioso de difícil solución. Consecuencia final, la pobreza generó violencia y la violencia miedo e inestabilidad económica, agravando el proceso de hundimiento socioeconómico[2].
Solamente la superestructura financiera sostenía un sistema destinado a deshacerse en cuanto la confianza ciega desapareciera de los países que habían logrado colarse en la globalización, los pocos que, como Argentina, aún no se hundían con el peso de la deuda. El caso argentino es un buen paradigma del proceso, de sus causas y sus consecuencias. La crisis de 2001 supuso la vuelta a una realidad que nadie quería ver. El espejismo de la dolarización del peso, una vez disuelto, provocó la pérdida de buena parte de los ahorros de los ciudadanos cuando los artífices de las políticas que habían abocado al país a la catástrofe ya estaban lejos.
El fracaso de una década de los 90 con un crecimiento casi nulo (1,4% según el BIRD[3]), el aumento de la pobreza y el reparto desigual de la riqueza aumentaron la inestabilidad social y el deseo de cambio de las masas. La moderación de los partidos o grupos de izquierda ayudó a dar una imagen más creíble de éstos y, sobre todo, menos revolucionaria[4]. Este sería el segundo elemento que explica los cambios: la tentativa, generalmente exitosa, de alcanzar el poder electoralmente, desterrando el discurso revolucionario y, sobre todo, la violencia como instrumento político[5]. Exceptuando los casos de Colombia y México, donde los movimientos de origen guerrillero o contestatario no han logrado ganar los procesos electorales, en el resto de países la llegada al poder ha supuesto la alternancia pacífica y una cierta consolidación democrática. Este es un hecho destacable pues, en el pasado, las victorias de partidos o líderes reformadores o izquierdistas se saldaban con golpes de estado y represión violenta y despiadada: Arbenz en Guatemala en 1956; Goulart en Brasil en 1964; Allende en Chile en 1973, por sólo citar algunos de los más representativos.
Por lo tanto, los cambios electorales se han visto favorecidos por los vaivenes económicos con los que solían culminar los planes de ajuste (etapas de gran inestabilidad económica, como en Venezuela; crisis duras que afectaban a todo el país, como en Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) y por la moderación e institucionalización de los partidos de izquierda.
Sin embargo, no sería conveniente olvidar un tercer elemento, el cambio de posición de las élites que se apoyaban tradicionalmente en la derecha y el ejército, para aplicar las políticas más beneficiosas para sus intereses. A pesar de las diferencias nacionales, los resultados electorales de las nuevas alianzas de centroizquierda han contado con el apoyo real a veces, tácito o, al menos, con la neutralidad de los grupos de poder[6] de muchos países latinoamericanos. Este elemento, el cambio en la relación entre los poderes económicos y sus apoyos políticos, pocas veces destacado, merece ser estudiado. Unas élites, olvidadas durante los años de Ménem en Argentina o de Fernando Henrique Cardoso en Brasil, que habían visto ralentizar el crecimiento económico, caer el consumo, las exportaciones y, por tanto, sus beneficios. Exceptuando el sector bancario, beneficiado por la economía financiera, el tejido industrial y agrario de los países latinoamericanos, tal vez con la excepción de México, se venía abajo. Curiosamente, estas élites van a buscar ahora en los partidos de centro izquierda, políticas que defiendan mejor sus intereses económicos.
El cambio de orientación de estos grupos será clave para posibilitar el cambio en la jefatura de los Estados y, sobre todo, para permitir su duración. Sectores de la derecha han apoyado a los sucesivos gobiernos de Lula y han permitido al partido peronista bascular hacia el centro al unir a los nuevos discursos sociales, otros más productivistas y desarrollistas basados en la riqueza y las empresas nacionales. Los resultados de la primera década del siglo XXI confirmarán que su apuesta ha sido provechosa. Este basculamiento podría ser el elemento fundamental para comprender los cambios en buena parte de los países y, sobre todo, los límites de esos mismos cambios.
Hay que decir que los cambios de actitud de las élites no son similares en todos los países, en algunos su posición es de hostilidad abierta hacia los nuevos líderes, generalmente aquéllos cuyo discurso es más social y más populista. Por ello tendremos casos de cooperación entre los nuevos líderes y las antiguas élites y casos de enfrentamiento. La conflictividad política de Venezuela, Bolivia o Ecuador, las tentativas autonomistas e indigenistas y la tensión social, -mucho mayor en estos países -, muestran el desacuerdo brusco entre los nuevos líderes y las antiguas élites, diferente del consenso relativo logrado en Brasil, Argentina o Chile.
Lo interesante, precisamente, es la existencia de evolución en ambas partes, la propia evolución de las alianzas y de los enfrentamientos, lo que muestra que la categorización absoluta e inamovible es muy difícil pero, sobre todo, muy discutible y carente de utilidad. Incluso en los casos de partidos y líderes más “revolucionarios”, o más populistas (Bolivia, Ecuador y Venezuela) se puede observar que, a pesar de una oposición más firme, los gobiernos han podido y pueden, mal que bien, realizar su tarea gobernante. Gobiernos como el de Chávez, que ha utilizado la retórica más antiimperialista, comunista y revolucionaria, han resistido los embates de grupos nacionales e internacionales perjudicados por las nacionalizaciones. Su gobierno promueve sin ambages el culto al personalismo, no soporta demasiado bien la crítica y al mismo tiempo no evita las alusiones religiosas en sus discursos y planteamientos, teniendo una relación cortés con la Iglesia católica.
El ejemplo venezolano muestra otra vez la particularidad y la complejidad para analizar y categorizar de forma tajante a gobiernos, líderes y políticas que se caracterizan por la diversidad y la adaptación. Todo esto no impide el análisis, un análisis que muestra tendencias, que explica causas y, como veremos después, estudia las consecuencias, los éxitos y los límites. De lo contrario sería absurdo escribir un artículo si la única conclusión a la que se puede optar es el relativismo total.
2 Ejes del cambio. ¿Una nueva geopolítica, una nueva economía, una nueva sociedad?
Mikel Barreda dividía en 2005 los elementos del cambio en tres grupos, justicia social, preocupación por la soberanía nacional y cooperación internacional conjunta[7]. Pensamos que siendo acertado el análisis, puede, sin embargo, concretarse un poco más, por lo que hablaremos primero de los elementos políticos y geopolíticos, después del modelo económico y más tarde, de la cuestión social.
La nueva geopolítica latinoamericana, política exterior (alianzas, relaciones e integración regional); modelo de Estado.
El elemento clave de este apartado es el acuerdo sobre los fines, el consenso en cuanto al camino a tomar. Los nuevos gobernantes están de acuerdo en lo esencial, parafraseando al presidente norteamericano Monroe, “Latinoamérica para los latinoamericanos”. El problema es que no existe en absoluto acuerdo sobre la medidas concretas para conseguirlo. Los objetivos están claros: una relación más ecuánime, -de tú a tú sí es posible- con los Estados Unidos; un aumento de la relevancia internacional de América Latina; y una mayor cooperación con África y Asía, sobre todo, con los países emergentes, China, India, Sudáfrica, Rusia.
En cambio, del consenso sobre los objetivos, rápidamente se pasa a la disensión total en cuanto a los medios para obtenerlos. Venezuela juega la carta de la confrontación, al menos dialéctica, contra el “Imperio”, utilizando todo el discurso para-revolucionario típico de los años 60 y 70. Brasil se presenta como la alternativa a los Estados Unidos, la nueva potencia emergente que quiere acoger bajo su protección al resto de países y dirigirlos fuera de la hegemonía euronorteamericana. Evidentemente, Venezuela, pero también Argentina o Chile, si bien comparten los objetivos, no aceptan la nueva dirección hegemónica de Brasil. Chile busca una política independiente y los países más pequeños no desean desaparecer bajo la sombra de los gigantes. Bolivia y Ecuador aspiran a un papel más representativo y destacan el panamericanismo al tiempo que recrean indigenismos particularistas, tras siglos de dominación de élites xenófobas. México, tan cerca de EE.UU., duda entre la alianza y la política propia. Y, para terminar, los países que no han cambiado de gobierno, como Colombia o Perú, se acercan más a los Estados Unidos, opción que dada la escasez de apoyos para Washington, hoy en día se paga bien.
En ese contexto, las organizaciones iberoamericanas refuerzan su poder teórico y simbólico sin afianzar las bases que podrían conformar siquiera un mercado común del tipo europeo. MERCOSUR ha logrado una escala sudamericana con la entrada de Venezuela y el acercamiento de Bolivia, Ecuador, Colombia, Perú y Chile; sin embargo, no deja de estar aún en las primeras fases de sus construcción. Y las nuevas instituciones como el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), creada en 2004 y dirigida por Hugo Chávez, no ayudan al objetivo de los países latinoamericanos: consensuar la voz de América y obtener ventajas en las relaciones internacionales.
Dada la falta de voz común, cada país busca una política exterior que, individualmente, le otorgue mayor peso y mayores posibilidades para poder exportar sus productos. En ese sentido Brasil por su tamaño y potencial económico ha sido el que mejores resultados ha obtenido. Los contratos y las relaciones con China, la India, numerosos países africanos o Rusia le han consolidado como uno de los BRIC. Estas relaciones – como veremos en el apartado económico- son vitales para asegurar la sostenibilidad de su crecimiento. Argentina ha seguido la estela de su gran vecino, limitada por una industria aniquilada durante los años 90. Chile ha apostado por una política más parecida a la británica con respecto a la UE, participando en las asociaciones latinoamericanas, pero firmando un tratado de libre comercio con los EE.UU. Venezuela ha fundamentado su política exterior en un enfrentamiento más ficticio que real con los Estados Unidos – su principal cliente, sin embargo-, y con alianzas bastante fantasmagóricas con Rusia, Irán, Cuba o Bolivia. Estos acuerdos, muy reseñados por la prensa, no han dado resultados tangibles y siguen fundamentados en la petropolítica. Finalmente, los países de Centroamérica siguen, a pesar de todo, determinados por una balanza exterior donde los Estados Unidos son a la vez el primer comprador y el primer abastecedor, lo que limita cualquier tentativa de independencia política.
En resumen, podemos decir que en la mayoría de los casos se ha logrado un distanciamiento y un reequilibrio de la relación entre el gigante norteamericano y los países de América del sur, que han conseguido una mayor independencia gracias a su apertura económica hacia otras áreas y mercados. Para comprender mejor este hecho es necesario hablar de las políticas económicas. Pero antes, hablaremos del modelo de Estado.
Este aspecto es importante ya que todos los nuevos gobiernos se han distanciado de las políticas de reducción del Estado típicas de los años 90, apostando por la participación activa de éste en la economía. El discurso de la mano invisible desarrollado por Hayek y Friedman[8] ha pasado de moda en América Latina tras muchos años de infalibilidad. Los nuevos dirigentes han dado al Estado un papel mucho más potente desarrollando una doble política. En primer lugar, buscando una reducción de la pobreza e intentando cumplir, de esta forma, una de las premisas electorales que les habían aupado al poder. En segundo lugar, apoyando el desarrollo económico de los países.
Esa idea de desarrollo nacional, partiendo de los recursos y de las empresas nacionales se ha realizado de forma diferente. Venezuela es el caso más conocido dónde la nacionalización, o mejor dicho la renacionalización de los recursos naturales claves, como el petróleo, ha sido la base del discurso político y de la acción del gobierno de Hugo Chávez. Sin embargo, en la mayoría de los casos, en Argentina, en Brasil o Chile el Estado ha sido el mayor aliado del sector privado contra las empresas multinacionales extranjeras[9]. Las multinacionales españolas, francesas británicas u holandesas han visto reducidos sus márgenes de beneficios y maniobra, siendo substituidas, en parte, por empresas y capital nacional o por multinacionales latinoamericanas, brasileñas sobre todo.
No obstante, es necesario matizar el proceso ya que varía mucho de un país y de un sector a otro. Así en Brasil la presencia de la banca española es muy importante. En Bolivia la nacionalización de los recursos petrolíferos y del gas ha supuesto más bien una reorganización de los contratos y los márgenes que cada parte obtiene, y no la salida de las multinacionales (Repsol, Total y Petrobras), imposible dada la escasez de recursos del Estado boliviano.
Finalmente, los cambios con respecto a la actuación del Estado no han sido tan grandes, aún cuando su papel social haya aumentado. El Estado providencia se ha consolidado pero en lo que respecta al sector privado y las clases pudientes. Es decir, el Estado se ha convertido en un apoyo firme del sector privado[10], ha buscado el desarrollo de la industria nacional, el aumento de la producción y de las exportaciones, la creación de empleo y, si es posible, de una clase media capaz de consumir y ayudar al propio desarrollo de la industria nacional cuando las exportaciones sean menores. Esta idea, común a gran parte de los nuevos gobiernos, ha sido eficaz a la hora de aumentar la producción y beneficiar al capital nacional, no tanto para reducir la pobreza ni crear una clase media sólida y durable, como veremos en el último apartado. Los buenos resultados económicos explican la relativa estabilidad de la nueva alianza de las élites económicas con los partidos de centro izquierda. Al mismo tiempo, aumenta la inestabilidad social provocada por la lentitud de la reducción de la pobreza.
El eje económico. ¿Nueva política de desarrollo nacional? Materias primas y agricultura industrial intensiva. La variable ecológica.
Continuando con lo desarrollado anteriormente, los programas de relance económico de los nuevos gobiernos de centro izquierda han impulsado la economía productiva, apoyando y apoyándose en las élites económicas de cada país. La principal excepción es Venezuela donde el gobierno de Chávez ha jugado la carta del enfrentamiento visceral. Otro tanto ha ocurrido en Bolivia, -en menor medida en Ecuador-, dónde los conflictos entre el nuevo poder político y la antigua élite se esconden tras supuestos problemas regionalistas, autonomistas y étnicos. Concretamente, en Bolivia, el reparto extremadamente injusto de la riqueza y el tradicional dominio absoluto de las élites blancas ha podido hacer más difícil la aceptación de los recortes de poder entre los grupos hegemónicos. La influencia de un racismo de clase no debe olvidarse tampoco, aunque es un elemento menos influyente en otros países.
No obstante, la alianza en principio ha funcionado bien en Brasil, en Chile o Argentina. El primer objetivo de los programas ha sido la recuperación de las empresas y sectores clave de las económicas nacionales. Las materias primas más importantes -el cobre en Chile, el petróleo en Brasil, Venezuela, Ecuador o Argentina y el gas en Bolivia- han vuelto a ser controladas, parcial o totalmente, por los gobiernos o por empresas nacionales. Estas políticas poseen, evidentemente, un carácter propagandístico y demagógico, pero también intentan recuperar recursos nacionales antes expoliados y vendidos sin ningún tipo de control público ni de proyecto de desarrollo interno.
Al tiempo que se ha recuperado un cierto control de los principales recursos de exportación, se ha hecho todo lo posible para recuperar la estabilidad económica pérdida tras las crisis derivadas de las políticas de ajuste. Los gobiernos han abandonado la rigidez dogmática de las premisas neoliberales, lo que no quiere decir que se hayan convertido al socialismo revolucionario, ni siquiera a la socialdemocracia clásica. Lo que los nuevos líderes han hecho es volver a un pragmatismo[11] más adecuado para los intereses de las élites de América Latina y que éstas han acogido con entusiasmo. El Estado ha protegido los sectores productivos del país, ha utilizado la debilidad de la moneda para aumentar el atractivo de sus productos y se ha aprovechado del crecimiento económico intenso de los otros países emergentes, sobre todo de Asia, para relanzar una economía de exportación basada en el sector agropecuario.
En este sentido, las alianzas políticas, los acuerdos comerciales y la búsqueda de otros mercados en Asía pero también en Rusia o África, que hemos mostrado en el anterior apartado, han sido una de las opciones estratégicas que ha permitido un crecimiento de las exportaciones tan rápido y sostenido, a pesar de la crisis económica mundial de 2008. La apuesta por la diversificación, buscando una mayor independencia política de los Estados Unidos, está siendo eficaz gracias a la menor dependencia económica de los mercados europeo y norteamericano, precisamente los que más están sufriendo la caída de la demanda y del consumo. Mientras China y el resto de países emergentes sostengan la demanda de materias primas y de productores agropecuarios, el crecimiento latinoamericano podrá mantenerse.
El fundamento de las tasas de crecimiento sostenido de la región son -siguen siendo-, los productos del sector agropecuario que se exportan a todo el mundo. El crecimiento ha sido grande, por encima del 4% del PIB desde la recuperación de 2003, con picos para Brasil (más del 4% desde 2004) o Argentina (8% desde 2003)[12]. El caso de la principal economía de la región, la brasileña, que a pesar de todo es la más diversificada, muestra la dependencia de ese sector[13]. Argentina, Chile, Ecuador, Perú, México, Costa Rica, Guatemala o El Salvador, presentan un panorama agrario semejante, dependiendo el grueso de sus exportaciones de uno o varios productos.
Los productos estrella de este crecimiento han sido la soja, el maíz, los cereales y las frutas. El sector de los biocarburantes, del cual Brasil había sido un pionero, ha provocado un boom en la producción de todos los productos agrarios susceptibles de ser transformados en combustible en muchos países como en Argentina, Perú o Colombia[14]. Gran parte de la producción agraria, por lo tanto, no tiene una función alimentaria, no al menos, humana. Además de los productos destinados a fabricar biocombustibles, gran parte de la soja, cebada y maíz, se destina a la alimentación del ganado americano, europeo o asiático, cuyas cabañas crecen sin cesar dado el aumento del consumo de carne, sobre todo en Asia.
Los otros elementos del crecimiento has sido las exportaciones de las materias primas minerales, productos clásicos, similares a los monocultivos. Así, si Costa Rica depende del plátano y del café, Venezuela es totalmente dependiente del precio del petróleo, cuyo aumento ha dado gran poder al gobierno de Chávez. Bolivia o Ecuador siguen dependiendo del curso del petróleo o del gas, Chile del cobre y Colombia de las piedras preciosas o el oro. El alza de los precios mundiales de la mayoría de las materias primas minerales y vegetales ha inflado el crecimiento de los países América latina, ha equilibrado la balanza de pagos y ha permitido la devolución de una parte de la deuda, como en Argentina, cuyo gobierno proclamó a los cuatro vientos el hecho, a pesar de que se tratase sólo de una parte de la deuda.
Este conjunto de hechos ha favorecido el desarrollo de una economía muy dirigida hacia la exportación. Grandes grupos nacionales se han ido configurando en torno a dichos productos. La inversión y las ayudas estatales han crecido en estos ámbitos y también el desarrollo tecnológico, sobre todo en los sectores de exportación como el del etanol.
El caso de los biocarburantes es ejemplar ya que afecta, además, a la cuestión ecológica. La producción de combustibles vegetales ha aparecido como alternativa a los contaminantes combustibles fósiles. Brasil, país pionero, ha hecho de esta política un elemento propagandístico y un estandarte de la cruzada verde y del sur contra la contaminación industrial y petrolera del norte. Al tiempo, ha fundamentado una parte del desarrollo agrario nacional en el cultivo de la caña y de otros productos susceptibles de ser transformados en etanol. Las empresas nacionales se han beneficiado de los altos precios y se ha creado un cierto numero de empleos. Las cuentas nacionales se han visto aliviadas por el aumento de las exportaciones o por la reducción de las importaciones de petróleo, lo que hace que Brasil pueda seguir creciendo.
El aumento de las tierras cultivadas ha provocado que las tradicionales zonas de cultivo del nordeste y de la costa del sudeste atlántico no sean suficientes. La producción se ha desplazado hacia la sabana arbolada interior del cerrado. Aparentemente el sistema es sostenible dada la inmensidad de Brasil, de América Latina. Sin embargo, la presión sobre el resto de cultivos hace que la producción de alimentos deba desplazarse precisamente de la zona del cerrado donde antes se cultivaba. La producción al ser industrial, reduce la mano de obra y numerosos campesinos se encuentran sin tierras y sin capacidad para cultivarlas. El resultado es el aumento de la presión sobre los otros cultivos y sobre los campesinos sin tierras, presión que se canaliza hacia las regiones protegidas de la Amazonía y del Pantanal, presionadas también por la utilización creciente de los recursos hídricos, por los efectos de la contaminación agraria y la presión demográfica[15].
El caso de la caña de azúcar y de Brasil es paradigmático, pero podríamos compararlo con los efectos de la soja, del maíz, en Brasil también, o en Argentina, Uruguay, Paraguay o Bolivia. Evidentemente, tanto los efectos nocivos “indirectos” como los directos no interesan a los grandes grupos brasileños, argentinos o europeos; no obstante es la sostenibilidad del modelo de crecimiento agrario y de toda la economía de América Latina la que está en peligro. Si la fertilidad de la tierra se reduce, si la producción cae, caerán las exportaciones y los gobiernos tendrán problemas para mantener el frágil equilibrio social.
Otro problema añadido es que la agroindustria se basa en la utilización generalizada de abonos, pesticidas químicos, el uso excesivo de los recursos hídricos y de los transgénicos. Ello, unido a la necesidad de una mecanización intensiva crea nuevos lazos de dependencia y la obligación de importar bienes de equipo, semillas y abonos. La mecanización provoca un éxodo rural destacable que repercute en la superexplotación de zonas protegidas aún vírgenes y en la concentración de un nuevo lumpen en las megalópolis del continente, fuente de violencia, delincuencia e inestabilidad. Todo esto sin hablar de los posibles efectos nefastos de la industria -agroalimentaria o de otro tipo-, para la sostenibilidad agrícola y para la salud pública[16].
No olvidemos que uno de los elementos que ha atraído la inversión y que ha permitido el crecimiento económico ha sido la relativa estabilidad política y social. África, cuyo potencial económico es igual o mayor que el de América latina, sigue inmersa en el subdesarrollo y olvidada por la inversión a causa de su inestabilidad crónica, a pesar de que China y otros países comiencen a penetrar en el continente.
Eje social: reformas, lucha contra la pobreza, creación de un mercado interno y de una clase media.
Si bien hemos observado los límites de los cambios económicos y políticos, esto no puede ocultar los beneficios indudables para América Latina. A pesar de ello, esos beneficios no se han trasladado de forma automática a las poblaciones de América. El último informe de la CEPAL muestra que a pesar de la reducción en términos generales de la pobreza, el recorte no es suficiente ni igualitario. A las diferencias nacionales se unen las regionales, le brecha entre campo y ciudad, la fractura dentro de las ciudades, entre zonas de clase alta y media y barrios marginales. La situación es grave en Colombia, México y Venezuela (entre el 30 y el 40% de la población está por debajo del umbral de la pobreza), y muy complicada en Ecuador, El Salvador, Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y la República Dominicana (más del 45 % de la población por debajo del umbral de la pobreza). Si el balance de Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Panamá y Uruguay (en torno al 30% de pobreza)[17] es mejor, todavía persiste una distribución extremada de la riqueza, lo que reduce los avances contra la pobreza, sobre todo en Brasil.
Las consecuencias de un acceso limitado a la riqueza son poco esperanzadoras en sociedades que no dejan de aumentar su población y que expulsan población rural hacia las ciudades y el extranjero. Una de las consecuencias de esa parcelización de la riqueza y del fracaso, – al menos relativo-, de las políticas socioeconómicas en América es la obsesión por la seguridad que se ha agravado en el continente. El efecto nefasto de los medios de comunicación no se puede olvidar, ya que la realidad podría mostrarse desde otro punto de vista menos violento y espectacular. Sin embargo, el principal problema es la falta de alternativas para grandes grupos de la población que, como hemos visto se ven desplazados sin más equipaje que la desesperación y la esperanza, a veces por el propio desarrollo económico.
Todo ello, el enriquecimiento de una parte de las sociedades latinoamericanas, -que suele coincidir con las antiguas élites-, y el estancamiento paupérrimo de la mayoría, se observan con nitidez en el surgimiento de barrios cerrados en todo el continente. Barrios aparentemente idílicos donde las clases bajas sólo penetran para limpiar, cocinar y cuidar a los vástagos de los pudientes. Barrios limpios e ideales, vigilados por servicios de seguridad privados, con normas propias. Barrios que pueden situarse junto a las villas miseria, las favelas[18]. Un muro, otra vez el muro, separa la riqueza, el acceso al agua, las piscinas y las viviendas de diseño de la casas de cartón, hojalata y uralita. Después de sufrir una primera segregación en el medio rural, los excluidos sufrirán una segunda en el medio urbano.
Ante una realidad sin salidas pero con los reclamos del consumismo presentes hasta en la más pobre de las villas miseria, la violencia se ofrece como vía de ascenso social y de enriquecimiento. El hecho de que sea una vía muerta no impide que muchas personas no duden en utilizarla. La violencia sirve de excusa para la construcción de los barrios aislados, pero no deja de ser una realidad percibida de manera más cruda por la mayoría de los latinoamericanos. La situación es muy complicada en las grandes urbes, agravándose en todos los países, en Caracas, Río o Buenos Aires. México no puede controlar la situación en Ciudad Juárez y amplias zonas de Brasil o Colombia son zonas sin ley donde campan paramilitares, mafias, guerrillas y fuerzas policiales corruptas.
El proceso de cercamiento de las favelas de Río o Buenos Aires, refleja también la lucha por el control del territorio entre los Estados, las mafias y la delincuencia organizada[19]. La construcción de los muros refleja finalmente la impotencia, la derrota o el desinterés de los Estados por enfrentarse al problema. La respuesta más cómoda es por lo tanto la separación física de las clases sociales, todo cuando lo más necesario es una acción estatal que corrija esa deriva[20].
Por tanto el crecimiento económico se ha realizado sin conseguir una ampliación de las clases medias, duramente castigadas por las crisis de los años 90 y el comienzo del siglo XXI. La demanda interna no puede ampliarse mientras no exista un grupo suficientemente numeroso para sostenerla durablemente. Incluso países como Argentina, Chile o Uruguay han visto perder peso a este grupo agudizándose el proceso de polarización de la sociedad.
La emigración sigue siendo una de las salidas para evitar la pobreza. Emigración campo-ciudad, emigración regional (bolivianos y paraguayos hacia Argentina) y emigración hacia Europa y EE.UU. Las remesas siguen siendo uno de los elementos principales que equilibran las balanzas de pagos de muchos países, desde México hasta Ecuador o Colombia, o que sostienen las dependientes economías de Centroamérica y del Caribe. Millones de latinoamericanos residen, temporal o definitivamente, al norte de Río Grande y del otro lado del Atlántico, enfrentados a entornos difíciles donde el éxito sólo es una posibilidad entre otras muchas, en bastantes casos, no mejores que las que sus países de origen les ofrecían.
3- Balance y conclusión. ¿Límites del nuevo modelo?.
Límites políticos: populismo, comunitarismo, falta de consenso regional.
El balance no puede ser más que mitigado. Los avances son indiscutibles pero los límites también. El asentamiento institucional democrático, sólo sesgado por el golpe en Honduras en 2009 y el estancamiento de los esbozos de transición en Cuba, es muy positivo. Sin embargo, el que la democracia sea el sistema político de casi todo el continente no es sino el primer paso para la construcción de sociedades más libres y justas. Un elemento no tan positivo es la constante utilización de la retórica populista, y el uso del enemigo exterior o interior para justificar la toma de decisiones.
A falta de una plena integración nacional por la inexistencia de una ideología ciudadana plena, a falta de los mecanismos estatales que podrían desarrollarla (reducción de las diferencias de riqueza, de la corrupción, creación de un Estado de bienestar, meritocracia, pleno estado de derecho, etc), ciertos países basculan hacía definiciones étnicas y modelos comunitaristas[21]. Esta opción es percibida como una revancha y puede substituir una xenofobia por otra, lo que dada la tensión, podría provocar fracturas “étnicas” cuyas consecuencias serían desastrosas. Con todo, la alternancia en el poder político, la llegada de partidos y líderes de centro izquierda supone otro pequeño paso hacia un futuro mas halagüeño.
En el plano geopolítico, la búsqueda de un papel propio y la vía de la integración no son sólo lógicas sino plenamente acertadas. Los países de América Latina deben cooperar si esperan obtener una relación más equilibrada y menos dependiente de los EE.UU., Europa y los países emergentes como China o India. No obstante, el principal problema sigue siendo la falta de acuerdo, a pesar de los objetivos comunes. Al protagonismo exagerado de ciertos líderes y a las tendencias populistas de la mayoría, se suman los conflictos larvados que sirven de espantapájaros político y de estandarte electoral.
Los problemas fronterizos, conflictos imaginarios sin resolver, sirven recurrentemente como catalizadores nacionalistas, pantallas de humo, que ocultan problemas sociales y económicos mucho más graves[22]. Colombia y Venezuela no dejan de jugar al gato y al ratón ya sea por la política norteamericana o por el apoyo a las FARC; Perú y Ecuador periódicamente desentierran antiguos fantasmas y reavivan los conflictos fronterizo. De igual forma, Perú y Bolivia se acuerdan de la Guerra del Pacífico de la que salieron perdedores. Así Alán García y el opositor Ollanta Humala juegan la carta del patriotismo y de la reconquista de Arica. Evo Morales reclama un territorio perdido hace más de 100 años, y cualquier acuerdo con Chile supone una sentencia de muerte política en La Paz.
Las disquisiciones sobre el control de MERCOSUR y encaje de cada país en la organización siguen siendo problemáticas. Si bien todos los gobernantes están de acuerdo en lo esencial, son incapaces de superar la visión nacional y las rencillas seculares. La gran diferencia de tamaño y población entre los países y la escasa complementariedad de las economías, frecuentemente productoras y exportadoras de pocos productos –que además son los mismos en todos los países-, tampoco facilita la tarea, haciéndola mucho más necesaria si cabe.
La apertura hacia otras zonas del planeta es una buena elección, ya que Asía, y también África o Rusia, pueden ser mercados complementarios que eviten los cuellos de botella producidos por la dependencia exterior de los mismos productos. Los precios mundiales han sido beneficiosos en la última década, pero podrían ser nefastos en la siguiente.
Límites económicos: agotamiento de los recursos, paradojas nefastas.
En el plano económico el saneamiento de las maltrechas economías es también indudable e igualmente el crecimiento. Los datos macroeconómicos, la estabilidad alargada -en pleno marasmo financiero internacional- y el repunte reciente de las exportaciones definen un modelo económico que ha apostado por la producción, por la diversificación de los mercados, por la alianza entre Estado y élites económicas, y por un cierto comienzo de desarrollo social y redistribución.
Sin embargo, la reducción de la pobreza y, sobre todo, de la diferencia entre la minoría más rica y la mayoría pobre, es aún un gran desafío sin duda incompleto. Aquí las valoraciones cambian dependiendo si el énfasis quiere colocarse en la mejora, en general real, o en el mantenimiento de grandes masas de excluidos y olvidados. Dejamos esta valoración en manos de los lectores, asumiendo sin embargo, que la visión, la nuestra, puede estar contaminada por el entorno desde el cual escribimos estas líneas. Para un europeo, la situación de los países avanzados de América Latina puede ser desastrosa, sin embargo muchas personas, en América, que utilizaron su voto para vehicular su esperanza, pueden sentirse relativamente colmadas por los cambios esbozados y las tendencias que parecen entreabrirse en el futuro.
Por lo tanto, el debate no debería circunscribirse a la cantidad de cambio, al volumen de mejora, siempre obstruido por reticencias internas, por problemas prácticos, por la inmensidad del trabajo que supone. Por ejemplo, la constitución de un esbozo real de sistema de bienestar o simplemente la extensión del Estado, de sus servicios y no sólo de sus órganos de orden a la totalidad de los inmensos espacios latinoamericanos plantea desafíos inmensos y, tal vez, comenzar la tarea ya sea una gran victoria. Por ello pensamos que la principal traba se situaría en los elementos en los que reposa la base del cambio. Debe recordarse que la dependencia exterior es tan grande como antes, sólo que menos concentrada, tanto en productos como en mercados, algo que varía enormemente de países como Brasil a otros como Honduras, Guatemala o Ecuador. Finalmente, la apuesta por la producción agraria intensiva o por la exportación de materias primas minerales no es más que una continuación de los esquemas tradicionales que vienen desde el tiempo de la colonización. Cierto es que el equilibrio se ha modificado, que los Estados están ejerciendo con mayor eficacia el control sobre estos recursos y sobre los beneficios que producen. A pesar de ello, no hay que olvidar que, en general, ha habido un proceso de transferencia de la riqueza hacia el ámbito privado por lo que la substitución de Total o Repsol por Petrobras no supone, en la esencia, cambios de importancia.
Límites sociales: ricos y pobres, ¿el fin de la esperanza?
La alianza entre los nuevos gobiernos de centro izquierda y los grandes grupos económicos de América latina ha sido muy beneficiosa para la estabilidad presupuestaria de los Estados y para los grupos económicos, pero en mucha menor medida para la población. La polarización de las sociedades no beneficia la estabilidad económica y política, el clima necesario para el propio desarrollo. Este hecho, además choca de pleno con el impulso de la esperanza y el deseo de cambio que había llevado al poder a los nuevos líderes latinoamericanos.
La posibilidad de perder el apoyo popular podría dar al traste con la continuidad del proceso, llevando a los gobiernos de centro a la curiosa dependencia de las élites con la que tradicionalmente se habían enfrentado. Esa paradoja constituye el mayor problema: finalmente podrían ser los gobiernos de centro, con ideales de izquierda, los que más habrían ayudado al enriquecimiento de los grupos de poder de América Latina, más que las dictaduras y los tecnócratas. No queremos sugerir que esto forme parte de ningún plan, sino mostrar como el pacto pragmático queda inutilizado cuando el Estado no puede realizar su papel social. Lo más curioso es que los resultados son similares en un México fustigado por la violencia mafiosa, en la Venezuela bolivariana (sus datos sociales son de los peores), en el Brasil ultrapragmático y hegemónico de Lula o en el modélico Chile. Explicar con mayor profundidad las causas y los resultados merecería ello sólo una tesis.
Elementos exógenos, como el crecimiento asiático y el alza mundial de los precios de las materias primas y de los productos agropecuarios durante la primera década del siglo, han posibilitado un crecimiento suficiente para no cuestionar los problemas, ni por los nuevos dirigentes, ni por las élites establecidas que han recuperado parte de su potencia económica perdida durante los años de los planes de ajuste. Pero la fragilidad y dependencia de los precios internacionales, tanto del petróleo como de la soja o de maíz, hace a las economías nacionales vulnerables rápidamente.
Las revueltas provocadas por el aumento del precio de los alimentos básicos han agitado ya a América Latina como antes a África o Asia. Una paradoja de difícil resolución coloca en mala situación a los gobiernos: el aumento vertiginoso de los precios de las materias primas agrarias es extremadamente beneficioso para las exportaciones, pero genera una inestabilidad interna incontrolable, sobre todo entre las clases sociales más desfavorecidas. Dada la apertura de las economías y la búsqueda del lucro de las empresas, que como es natural piensan en los beneficios y no en el destinatario final del producto, la venta al mejor postor aumenta los beneficios, pero puede ser el germen de una revuelta que puede acabar con el beneficio.
Por otro lado, los problemas ecológicos derivados de la extenuación de las tierras, del abuso de los transgénicos, pesticidas, de los recursos agrarios y forestales, son desconocidos pero todos los estudios serios ponen en duda la sostenibilidad de la fertilidad y, por lo tanto, de la producción agraria y ganadera. Al tiempo, los efectos mundiales que la destrucción del pulmón amazónico, podrían ser catastróficos para la población y en consecuencia para el Estado y la economía. El problema final es cómo resolver una paradoja de desarrollismo que puede estar basada en un desastre.
Saltando al otro lado del océano, podríamos comparar esta situación con el desastre económico español cuya economía se basaba en un sector inmobiliario artificialmente rentabilísimo que succionaba el trabajo, la inversión y que impedía la innovación y la investigación. Los sucesivos gobiernos que lo habían favorecido eran incapaces de poner fin a una burbuja que todo el mundo sabía caduca. Intereses electorales, intereses económicos y las palmaditas en la espalda de la U.E, la grandes universidades y las escuelas negocios azuzaban un proceso calificado de modélico. Como el irlandés, el estonio, o el húngaro, que hoy se sumergen en la crisis, en América Latina puede ocurrir lo mismo, con la diferencia de que la inmensidad geográfica y la dificultad de criticar la esperanza, -que reposa en los nuevos gobiernos -, pueden alargar un agonía venidera.
Bibliografía
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– LA VANGUARDIA, “El giro hacia la denominada “izquierda nueva”. La Vanguardia, Barcelona 10 de junio de 2007.
[1] FFRENCH DAVIES, Ricardo; “Le Chili, entre neoliberalisme et croissance équitable : trente ans de politique économique” en Amérique Latine, Edition 2005 , página 102.
[2] La CEPAL afirma que entre 1980 y 1999 el número de hogares por debajo del umbral de la pobreza aumentó en un 34%, así como la distancia entre ricos y pobres en CEPAL, Panorama social de América Latina 2000-2001, Santiago de Chile (www.eclac.cl).
[3] “El giro hacia la denominada “izquierda nueva”. La Vanguardia, Barcelona 10 de junio de 2007.
[4] «Ante este panorama, los movimientos y partidos de la nueva izquierda han encontrado un verdadero filón en el fracaso del consenso de Washington. Desde el rechazo firme al modelo económico neoliberal han definido en buena medida su identidad política y han ampliado considerablemente sus bases sociales.” Mikel Barreda, “¿Hacia dónde lleva el viraje a la izquierda en América Latina?”, en La Vanguardia, Barcelona 29 de mayo de 2005.
[5] El hecho de que las guerrillas residuales como las FARC se hayan convertido en espejos deformados de las mafias de la droga o de los grupos paramilitares no es extraño a la participación de la izquierda en el juego democrático.
[6] Este término, grupos de poder, es lo suficientemente vago para que en él quepan tanto las élites económicas, como los grupos económicos más representativos (agrarios, industriales, etc..), los medios de comunicación y creación de opinión (prensa, televisión, radio), las iglesias y el ejército.
[7] Mikel Barreda, ¿Hacia dónde lleva el viraje a la izquierda en América Latina?, en La Vanguardia, Barcelona 29 de mayo de 2005.
[8] HAYEK, Friedrich. O caminho da servidão. Porto Alegre: Globo, 1977; FRIEDMAN, Milton, Capitalismo y libertad, 1966, Ediciones Rialp.
[9] Las empresas presentes eran sobre todo europeas a causa del abandono de la región por el capital norteamericano durante los 90.
[10] Las políticas concretas son diversas en amplitud y peso, pero van desde las ventajas fiscales hasta las ayudas directas o la defensa arancelaria más o menos clara.
[11] Fabian Bosoer explica como se ha llegado a una especie de consenso político económico que une a nuevos líderes y a las viejas élites: “Hay un factor temporal, y es la época que les ha tocado, la situación social en la que emergieron y las condiciones en las que deben gobernar: los unifica más «el espanto» del pasado reciente —la década del 90 y su secuela de pobreza, desempleo, endeudamiento y enajenación de riquezas— que «el encanto» del presente. Son, con excepciones y matices (Chile es el más notable), más una consecuencia del vacío que dejaron los derrumbes o frustraciones precedentes que el resultado de una construcción de poder alternativa o programática”. “América Latina: nueva izquierda y viejas diferencias” en Clarín 22 de enero de 2006
[12] Para Argentina y Brasil los datos provienen de las diversas emisiones del programa de televisión de Arte, le dessous des cartes del 11 de mayo de 2007 http://www.arte.tv/fr/Comprendre-le-monde/le-dessous-des-cartes/392,CmC=1537514.html
[13] Brasil, es una potencia agraria mundial: 1º productor mundial de caña de azúcar, alubias, naranjas y café; 2º de piña, soja, tabaco, pimienta y carne vacuna; 3º de mandarinas, plátanos, limones, trigo, maíz, carne de pollo y coco; 5º de cacao en grano, algodón; 6º de leche; el 7º de huevos; 8º de tomates y 10º de aceite de palma y de arroz. Todos los datos estadísticos provienen de estadísticas de la página de la FAO del año 2007, el último al que se puede acceder, http://faostat.fao.org/DesktopDefault.aspx?PageID=339&lang=es
[14] El crecimiento de la producción de etanol en el mundo ha sido del 15% por año desde 2002 LE DESSOUS DES CARTES “Biocarburants, le cas brésilien” 19 mayo 2009, http://www.arte.tv/fr/Comprendre-le-monde/le-dessous-des-cartes/392,CmC=2637602.html
[15] Biocarburants le cas brésilien, Le dessous de cartes 19 de mayo de 2009 http://www.arte.tv/fr/Comprendre-le-monde/le-dessous-des-cartes/392,CmC=2637602.html
[16] A modo de ejemplo podemos hablar del conflicto entre Uruguay y Argentina por la instalación de fábricas de pasta de papel, el cual ha provocado tensiones diplomáticas y concesiones a las empresas sin tener demasiado en cuenta los problemas ecológicos derivados de una industria potencialmente contaminante. (Ver Juan Carlos Garavaglia y Denis Merklen, « Las dos márgenes de un problema », Nuevo Mundo Mundos Nuevos 2008, pp. 3-4 http://nuevomundo.revues.org/index17383.html)
[17] Datos de la CEPAL, La hora de la igualdad: brechas por cerrar, caminos por abrir VV.AA 2010 página 204-205.
[18] BLANC, Jean-Sébastien Blanc. “Les murs, ou la marque visible de l’exclusión. La construction de barrières de sécurité dans les villes de Rio de Janeiro et de Buenos Aires”. La chronique des Ameriques, Nº 07, Noviembre 2009, Observatoire des Ameriques, Université de Quebec à Montreal. http://www.ameriques.uqam.ca
[19] Ibíd. pp. 2-3.
[20] En el informe de la CEPAL antes citado se reclama el papel activo del Estado para corregir las tendencias seculares de América latina mediante políticas de tipo socialdemócrata y la instauración de un verdadero sistema de bienestar. CEPAL, La hora de la igualdad: brechas por cerrar, caminos por abrir 2010 (185-225).
[21] Jean-Pierre Lavaud, « Xénophobie et intolérance en Bolivie : Orient versus Occident », Nuevo Mundo Mundos Nuevos 2010. http://nuevomundo.revues.org/59104
[22] En el caso de Bolivia, la firma de un acuerdo para exportar el gas boliviano a través de Chile durante el mandato de Sánchez de Lozada provocó una movilización nacionalista en 2003. Aprovechada por la oposición y unida a los problemas sociales preexistentes, acabó con la presidencia y favoreció la llegada del gobierno de Evo Morales (Ver en Antoine Casgrain, Bolivie, Chili et Pérou: éternelles disputes, nouveaux enjeux, La chronique des Ameriques, Nº 07, Noviembre 2009, Observatoire des Ameriques, Université de Quebec à Montreal). Morales, y su variante “radical-indigenista” de los nuevos líderes latinoamericanos, ha utilizado siempre que ha podido el argumento nacionalista de la recuperación del acceso al mar, a pesar de proclamar junto a Hugo Chávez sus deseos panamericanistas.
Una respuesta a “El Giro latinoamericano, panorama de una década”
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