“Nuestra ignorancia nos hace inútiles; nuestra inacción, responsables; nuestro silencio cobarde, cómplices”. Vastar Yoles.
Los desafíos más graves para la supervivencia de nuestra especie y del planeta que nos alberga, suelen ser los menos conocidos, los más ignorados. Problemas geopolíticos que afectan al nódulo, al centro del modelo económico. La paradoja asesina del crecimiento eterno; el mito de la capacidad de autoregeneración ínfima del planeta; las cortinas de humo que ocultan desastres económicos bajo el paraguas del conflicto étnico, comunitario o nacional. Pero seríamos ingenuos si pensáramos que los problemas con capacidad para aniquilar nuestro mundo son únicamente contemporáneos. La necedad de los seres humanos y la insistente obsesión con jugar y volver a jugara a la ruleta rusa es inexplicable. A ello se une que los grandes acontecimientos de la historia no son tan simples como generalmente se presentan. El periodismo y los medios de comunicación, tienen la intención de decirlo todo y de atraer a todos los públicos. Todo en muy poco tiempo, para así ganar más dinero. El resultado es un maniqueísmo que acaba por impedir una comprensión más precisa, y por tanto un reparto más adecuado de las culpas y las virtudes.
De la misma forma que el resto de la sociedad y la economía, pocos se preguntan que hacer con más información, más tiempo y más dinero. En realidad, la mayoría de la humanidad posee menos información, menos conocimiento, menos tiempo y menos dinero. Quizá por eso se nos llena la cabeza con ruido, con movimiento, noticias que informan poco pero que llenan nuestra mente de datos banales y fácilmente intercambiables. El horror vacui de nuestra sociedad insegura refleja el miedo. Miedo ciudadano, miedo del poder para quien la reflexión es peligrosa. La calma, el pensamiento concreto y apoyado en datos verosímiles criticables y críticos podría ser letal.
Bombas químicas bajo los océanos.
Y mientras tanto duermen los leviatanes. Un valiente documental de la cadena de televisión pública franco-alemana ARTE trae a la luz un problema tan grave como ignorado, uno de tantos. Más de un millón y medio de toneladas de bombas químicas reposan en los fondos de los océanos del mundo. Abandonadas tras la Segunda Guerra Mundial por los vencedores del conflicto, repartidas por todo el planeta junto a varios millones de bombas convencionales, sus efectos nocivos para la salud y el medio ambiente han sido ya contrastados.
A pesar de estar prohibidas desde el Protocolo de Ginebra de 1925, las potencias fascistas desarrollaron y fabricaron decenas de miles de bombas químicas en los años previos a la IIGM. La Italia de Mussolini las probó de forma particularmente cobarde en la Segunda Guerra de Etiopia en 1936. Los nazis y japoneses reunieron también grandes cantidades, de igual manera que los aliados, sobre todo norteamericanos y soviéticos. Estas armas no fueron usadas pero nunca estaban lejos del frente, como salvaguarda contra un uso del enemigo, siempre prestas a utilizarse. La utilidad de estas armas era limitada ya que al aire libre, el gas sarín, el gas mostaza no distinguen entre enemigos y aliados.
En 1943 un bombardeo nazi destruye una parte de la flota norteamericana en Bari. Es un segundo Pearl Harbour, 27 buques son hundidos, entre ellos uno que contenía toneladas de armas químicas. El desastre de diciembre 1943 en Bari supone la catástrofe más grave por la explosión y la nube tóxica que contamina la ciudad de y parte de la región de la Puglia. Pero este acontecimiento es sólo una muestra de los efectos que la descomposición de los miles de toneladas de armas químicas hundidas en todos los océanos. El Adriático es una de las zonas más contaminadas por el bombardeo de Bari y por el hundimiento voluntario de parte de los stocks alemanes en 1944, acrecentado tras el final de la guerra por el lanzamiento al mar de más miles de toneladas por los aliados. Uno de los mares más turísticos del planeta está contaminado de forma crónica, sus aguas, la fauna y la flora, las playas y de manera indirecta toda la población de la región.
Un avispero geopolítico.
Porque el final de la guerra supone el comienzo del lanzamiento de las armas químicas al mar. En 1945 en la conferencia de Potsdam, la URSS, Estados Unidos y Gran Bretaña deciden que casi todas las armas químicas propias y requisadas al enemigo serían sepultadas en los océanos. La solución era la más fácil, la más segura, barata y fácil de ejecutar. Así se evitaba que miles de toneladas de armas con efectos terroríficos quedasen almacenadas y pudiesen sufrir sabotajes, robos o usos indebidos. Hoy, nos parece increíble que se pudiera pensar que el fondo del océano es un lugar seguro para armas tan letales, sin embargo, es necesario entender la coyuntura de la época, las dificultades técnicas y logísticas, el comienzo de la guerra fría. Múltiples factores que, sin justificar, explican la decisión de Potsdam. Los fondos de los océanos eran inalcanzables en la época y se suponía que el mar eliminaría los efectos nefastos de las armas. Hoy la falta de responsabilidad, la frivolidad de los dirigentes políticos se hace evidente. Al mismo tiempo, el coste de la recuperación, reciclaje o la compensación de los efectos de las armas químicas provocados desde 1945 hasta hoy aparece como infinito. Como siempre, la respuesta más fácil es la negación. Todo se rechaza, se niega y todo se deja como está. Los que niegan mirando hacia otro lado siempre apelan al mismo argumento, los efectos son difíciles de demostrar y de medir.
Todos los océanos del mundo fueron utilizados como vertedero para munición cargada de gas sarín, arsénico, cloro o gas mostaza. Las costas japonesas; el Mar Báltico; el Mar del Norte; Italia desde Cerdeña hasta Ancona, pasando por Sicilia y la Puglia; las costas atlántica, pacífica y Hawai en EE.UU.; Nueva Escocia en Canadá, India, Australia… En total más de un millón y medio de toneladas de armas químicas. El Mar báltico y las costas de Suecia, Dinamarca, Alemania y Polonia son algunas de las zonas más afectadas, sobre todo porque han sido de las más estudiadas, pero otras zonas aún desconocen la cantidad y la composición de las armas que se corroen y se desintegran a pocos kilómetros de sus costas. El secreto militar impide todavía el estudio y la localización de muchas zonas de hundimiento de armas químicas. Sin esos datos es muy complicado estudiar el estado de las armas, sus efectos sobre los animales y las plantas y las consecuencias a largo plazo sobre la cadena alimentaria y las enfermedades humanas.
En las zonas donde los estudios se encuentran más avanzados como en el Báltico o en la zona del lago Bras d’Or en la isla Cap Bretón en Canadá, las tasas de cáncer y otras enfermedades vinculadas a los venenos de las armas químicas son sensiblemente más altas. El Mar Báltico se muere, no únicamente por los efectos de las inmensas cantidades de armas hundidas en sus fondos, pero es evidente que miles de toneladas de arma químicas acentúan el proceso. Y de nada sirve ue Suecia sea un ejemplo de reciclaje, de tratamiento de aguas y desechos. Un mal anula mil bienes.
Zonas inmensas del litoral japonés, norteamericano, y del atlántico europeo contienen cantidades inmensas de venenos altamente nocivos. Zonas económicamente capitales para el sector inmobiliario, turístico, pesquero y marisquero. Nadie conoce los efectos, la tasa de contaminación ni los peligros de bañarse en las playas de California, de Galicia, del Adriático, la Costa Azul o el Báltico. La incompetencia del pasado se agrava cuando hoy el fondo del mar cobra mayor interés económico con la explotación de los fondos marinos para la construcción de molinos eólicos y plataformas petrolíferas off shore.
En el Báltico, un inmenso y larguísimo oleoducto une el puerto ruso de Viborg con el alemán de Greifwald. La empresa responsable niega cualquier contaminación en un mar lleno hasta los topes de armas químicas y convencionales. Nadie sabe la cantidad de accidentes provocados durante su construcción ni los efectos de ellos. Leviatán, el monstruo marino posee muchos nombres, uno de ellos es el Kraken que se oculta en el fondo de los mares creando a veces un remolino, el Maelstrón, que avisa de su presencia antes de tragarse a sus desgraciadas víctimas. El peligro de las armas químicas no tiene nada de legendario ni mitológico es, en cambio real, constatado y evidente. Extrañamente hay más personas que creen en el monstruo del lago Ness que las que conocen y reconocen la importancia de un hecho histórico real, la contaminación crónica de los océanos del mundo por agentes químicos letales. El remolino está junto a nuestras costas aunque no queramos verlo.
Respuestas y soluciones.
Exceptuando algunas iniciativas financiadas por la Unión Europea, por el Lander de Schleswig-Holstein en Alemania; en Dinamarca y Suecia y Japón, el resto de los países prefieren alargar el periodo de secreto militar e ignorar el peligro, la realidad. En 2017 el secreto militar terminará y el acceso a los archivos británicos y norteamericanos será libre. Por el momento al desconocer la situación, cantidad y estado de las armas químicas es difícil pensar en las soluciones. Más aún si pensamos que buena parte de las armas, las abandonadas a grandes profundidades, son prácticamente irrecuperables. En cualquier caso el coste será inmenso, ya sea para limpiar los océanos o para paliar los efectos de la contaminación. Los más optimistas piensan que si nos enfrentamos al problema podemos desarrollar todo un sector económico basado en el reciclaje y la descontaminación. Un sector económico altamente tecnificado y útil, un sector económico que desgraciadamente carece de financiación en momentos donde lo único que importa es recuperar la senda del crecimiento y reducir el paro. Curiosamente fueron estos los motivos del rearme fascista de los años 30. Tras la crisis del 29 lo único que se les ocurrió a Hitler, Mussolini y los otros fue, fabricar aviones, tanques, barcos de guerra, armas de destrucción, armas químicas.
Ojala nunca suceda, pero si ocurre, cuando una catástrofe salga a la luz con el corolario de víctimas, de niños ciegos deshechos, de lloros y lamentaciones, en ese momento el monstruo que ha dormido hará que muchos despierten de golpe. Habrá psicosis, habrá pavor, más maniqueísmo en las informaciones, menos reflexión y ninguna solución seria ni duradera. Fueron los hombres quienes crearon el problema y son ellos los que se niegan a resolverlo, pero tras el susto, los que queden, volverán a adormecerse para regocijo de quienes manejan a su guisa a los leviatanes.
– El documental, «Armes chimiques sous la mer» (Armas químicas bajo el mar) de Nicolas Koutsikas, Eric Nadler y Bob Cohen (Francia 2013, 88mn) fue emitido el 25 de febrero de 2014 en ARTE.
Plano de los vertederos químicos repertoriados: