“Creo que está inmunizada contra las tentaciones de la religión. (…) Puede ocurrir que la religión sea una fuente de felicidad y yo no quisiera privar a nadie de la felicidad. Pero es un consuelo apropiado para los débiles, no para los fuertes… y usted es fuerte. El gran problema de toda religión es que desde el momento en que se admiten ciertos dogmas, se es incapaz de juzgarlos. Uno puede calentarse al fuego de la fe o vivir en la incertidumbre de la razón… pero nunca los dos a la vez”
Esta reseña debería ser otra, de un libro mejor, más apreciado y más profundo. Sin embargo, a veces el teclado se cruza por delante de las manos justo, cuando es difícil dormir en el tren porque una banda de bárbaros decide lo que es pronto, lo que es ruido. Perder el tiempo es como desperdiciar la comida o negarse el placer de vivir la vida en la medida de las posibilidades. Así que llamamos a nuestro psiquiatra preferido, nuestro amigo el teclado y cogemos lo primero que tenemos a mano. Ahí entra en escena Robert Heinlein (1907-1988).
La novela Viernes trata de un mundo futurista, con una nueva sociedad que se parece bastante a la nuestra ya que los Estados han perdido buena parte de su poder y legitimidad. Son las corporaciones industriales, los poderes económicos quienes, medio en la sombra medio a cara descubierta, dominan el planeta. Unos Estados Unidos disgregados en diversos tipos de pseudodemocracias postmodernas y semitiranias, se codean en un mundo donde el terrorismo y los complots, así como la manipulación de la información son habituales.
Un regusto a 1984, menos tétrico y más norteamericano. Todo ello tiene que ver con ese espíritu hedonista y libertario, en el buen sentido, que inunda la novela Viernes de Robert Heinlein. Heinlein es un personaje curioso, como casi todos los escritores de ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX, la edad de oro del genero. No tan conocido como Bradbury o Clarke, su nombre se asocia a la adaptación cinematográfica de su novela “Tropas del espacio” de Paul Verhoeven. La película fue polémica porque supuestamente era una apología fascista. Sin haber leído la novela, pero conociendo varios libros de Heinlein, y después de ver la película, creo que las críticas son infundadas y bastante ciegas. El aspecto paródico y anarquista de Heinlein no se ha sabido apreciar y todo parece un ataque personal contra Verhoeven un cineasta libre y cuyos filmes son bastante mejores, en mi opinión, que las críticas nefastas que les han acompañado.
Robert Heinlein explora en sus novelas los recovecos de la libertad individual que propugna el modelo societal norteamericano y cuasi universal. En sus libros se desarrollan por un lado los espacios de libertad, en el sentido liberal (posibilidad para que cada individuo trace su camino) pero también los límites que ese sistema (capitalista) impone a sus actores. El concepto mismo de acción, de actor queda en entre dicho. Heinlein lo desea, lo sublima, pero la realidad lo cercena. Esa dicotomía, -la del anarquismo liberal y la del capitalismo y el Estado, el poder-, inunda su producción para aparecer en un serie de temas recurrentes, desordenados y ciertamente caóticos, pero nítidos. Quizá es el espíritu ácrata el que promueve el batiburrillo temático y las lagunas argumentales de sus novelas. O quizá una falta de maestría, la que les sobra a Clarke, Ballard o Bradbury, a Simak o Matheson.
Sean sus limitaciones o su deseo libertario el caso es que sus libros y Viernes no es una excepción, están llenos de problemáticas muy interesantes. Muchas, muchísimas abordando los grandes problemas de los años 60 y 70 en los EE.UU, como son el racismo; la xenofobia; las relaciones entre hombres y mujeres; la guerra fría; el capitalismo exacerbado; las relaciones sexuales; el consumismo. Al mismo tiempo, lidia con cuestiones recurrentes en la filosofía universal, el individuo y su relación con el Estado; la libertad; la relación entre ser humano y naturaleza; la religión y la divinidad; o elementos de la ciencia ficción, los viajes espaciales; la inteligencia artificial y los robots; las distopías. Todos ellos, temas y cuestiones profundamente interesantes. Lastima que todos aparezcan a la vez y no sean tratados con la suficiente profundidad. Lastima que los personajes no posean la prestancia, el cinismo o la complejidad que las tramas de la historia necesitarían. El que esas líneas estén desordenas y se entremezclen en un caos donde a veces nos perdemos, empeora la situación. Una lástima porque Heinlein se muestra aceradamente preciso en sus frases lapidarias.
En Viernes perdemos el hilo del argumento, que se va y vuelve a aparecer páginas después, saltando de un tema a otro con capítulos casi independientes. Así, el cariño que se le coge al personaje principal se diluye en las diferentes etapas temáticas de la novela. Tan pronto se pasa la guerra entre Novo-Estados surgidos de las ruinas de una guerra mundial no explicada que han disgregado Estados Unidos, a la exploración espacial gracias al ascensor espacial imaginado por Konstantin Tsiolkovsky y Clarke (que escribió “Las fuentes del paraíso” centrándose en la construcción del mismo). Y todo ello, dentro de una trama donde la lucha entre corporaciones y Estados reduce al individuo a un homo consumericus en el mejor de los casos, a un esclavo postpunk en el peor. Al mismo tiempo, la cuestión del individuo y su lugar en el mundo se presenta en el hecho de que Viernes sea una inteligencia artificial, un ser humano creado en laboratorio y mejorado. Lógicamente la temática del racismo y la xenofobia se encarna en los problemas psicológicos y de integración de la protagonista. Freud se une a Marx, Adam Smith, Bakunin y Clarke.
Como colofón, un ambiente flower power, liberado, al menos en lo que concierne al sexo, libre y variado en toda la novela. Familias múltiples, relaciones sexuales sin tabúes ni fronteras, guiadas por el interés económico pero también por el placer y el amor. De esa dicotomía, como del resto, Heinlein acaba proponiendo su visión del mundo. Una visión no tan cruda como se podría imaginar. Una postura abierta, optimista y esperanzadora. Esa búsqueda de la identidad, del amor y la compañía de sus congéneres humanos es la definitiva y profunda búsqueda de Viernes. Un viaje donde la razón y la felicidad ocupan al personaje en recorrido por el Universo. Justamente, la búsqueda de la humanidad, o mejor la construcción de un nuevo concepto de humanidad que integre toda las diferencias en una colosal suma positiva es el objetivo del libro. Un objetivo turbio pero que guía a la bella Viernes, este ser que no es exactamente humano, pero que a fin de cuentas, es más humano que los humanos mismos.
Una bofetada para los fundamentalismos y para quienes piensan que una diferencia implica algún tipo de tara o menosprecio. La sublimación de Heinlein es constatar que la humanidad no es una cuestión física, sino un estado cultural, social, intelectual. Al mismo tiempo Heinlein cuyo pensamiento liberal extremo podría asemejarse al libertarismo suicida de lo peor del pensamiento filosófico y económico norteamericano (Ayn Rand, Friedrich Hayek, Robert E. Lucas y Milton Friedman). Aunque esto ultimo no me queda del todo claro, es cierto que así es Heinlein, extremado, pero jocoso y finalmente optimista. Nos quedamos con la parte positiva, la que hemos visto en Viernes, el liberalismo que amplia los derechos, que protege al débil, que permite la diferencia pero que busca leyes universales que garanticen los derechos. Ese liberalismo que se parece tanto al socialismo, al ecologismo, al comunismo. Puede que toda la novela, entretenida y alocada, valga la pena simplemente por esto. Y por comprender mejor a Heinlein:
«Yo soy libre, al margen de las normas que me rodean. Si las encuentro soportables, las soporto; si me parecen detestables, las quebranto. Soy libre porque sé que soy moralmente responsable de todo lo que hago.»